En un crucero de río: Estrasburgo y Riquewihr

Nuestra clienta Carmen Rita Cordero nos habla de sus experiencias a bordo del crucero Amasonata, en un recorrido por el Rin visitando los Países Bajos, Alemania, Francia y Suiza.

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POR: Carmen Rita Cordero

[Esta es la tercera parte de una serie. Aquí pueden leer la primera, sobre Ámsterdam y Colonia; aquí pueden leer la segunda, sobre Rüdesheim, en Alemania.]

ESTRASBURGO

Estrasburgo, una ciudad en la región francesa de Alsacia, es la sede el Parlamento Europeo, del Consejo de Europa, del Eurocuerpo y de la Corte Europea de Derechos Humanos. Durante el recorrido a pie que hicimos por la ciudad, estando frente a las fachadas de estos edificios, me sentí transportada a otra dimensión.

Paralelo a ese referente tan patente de cómo opera la Unión Europea hoy, hay muchos vestigios de cómo era Estrasburgo hace siglos. Por ejemplo, al mediodía en la Catedral Notre-Dame tiene lugar un pequeño espectáculo: del reloj astronómico salen 12 apóstoles, sale Jesús, los planetas. Es un testimonio de la tecnología hacia mediados del siglo XIX, con el uso de autómatas que todavía siguen sorprendiendo. ¡Es una cita obligada!

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RIQUEWIHR

La última parada del crucero antes de llegar a Basilea fue Breisach, cruzando la frontera alemana. Sin embargo, como les había mencionado en la primera parte de esta serie, nos llamó mucho la atención cuánto podíamos personalizar los recorridos terrestres como parte de la gira, y por eso preferimos cruzar a Riquewihr, en Alsacia.

Riquewihr es un pueblito que todavía conserva su arquitectura medieval, y por eso recibe mucho tráfico turista. Sin embargo, quizás sea más conocido globalmente por sus viñedos, de donde sale el Riesling —por esto en todo el pueblo hay bares y bares para probar la producción local—. Yo la describiría como una aldea detenida en el tiempo y rodeada de viñedos. ¡Parece una escenografía!

Tuvimos la suerte de ir un viernes y coincidir con los vendedores ambulantes que componen el mercado para los lugareños: vimos cómo llegaban furgoncitos con la charcutería, los quesos, las carnes y las frutas. También pude probar la tarta flameada, una exquisitez local que parece un panettone salado, con pedacitos de tocino dentro.

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De ahí, proseguimos a Suiza para la última parada. De camino, tomando el desayuno en la cubierta, unos cisnes me dieron la despedida. Obviamente, el Rin no es un lago, pero con ese momento tan gracioso, fuera del libreto, me dije: “aquí tengo mi lago de los cisnes”. ¿Qué mejor forma de cerrar un recorrido con tanto contacto histórico, arquitectónico y gastronómico que con un guiño de parte de la naturaleza?

Fotos: Cortesía de Carmen Rita Cordero