Entre sol y sol: São Paulo

Una jornada en la metrópolis sin fin de Brasil, recorriendo la ciudad para encontrar oasis urbanos, comida hiperlocal y joyas de cemento

Puede que Rio de Janeiro sea la cidade maravilhosa, pero São Paulo es la cidade infinita: salvo el beso de una playa, no hay nada que no tenga esta megalópolis interminable. La mejor manera de describirla es equipararla a una Nueva York llena de brasileños –y de italianos, de libaneses, de japoneses–. Si tienes una escala en el aeropuerto Guarulhos, ¿por qué no extender tu estadía por un día y conocer una muestra de una Sampa más allá del cemento, los tapones y el corre-corre del paulistano?

POR: Rab Messina

[7:30 A.M. – PARQUE IBIRAPUERA]
El arquitecto más celebrado de Brasil, Oscar Niemeyer, no solo dejó su huella urbanística en Brasilia: también le dio a São Paulo un vibrante parque lleno de una flora prodigiosa e hitos arquitectónicos. El Parque Ibirapuera, un oasis urbano de dos kilómetros cuadrados, se convierte por las mañanas en un gimnasio al aire libre, donde los paulistanos caminan, corren y conversan. Acompañarlos, mientras se disfruta de las vistas –y no necesariamente de los legendarios cuerpos de los brasileños y las brasileñas, sino también de los museos creados por Niemeyer, espolvoreados por todo el parque– es una buena forma de comenzar el día.

[9:00 A.M. – DESAYUNO EN UNA PADOCA]
Repón energías con un café da manhã –así le dicen los brasileños al desayuno– en una panadería típica paulistana, donde se conjugan la herencia europea y la diversidad frutal de la nación. En la sucursal Dona Deôla de Itaim Bibi, la más cercana al Ibirapuera, pide el menú de desayuno para disfrutar desde panes de queso minero y yuca hasta batidas frutales –llamadas vitaminas— de remolacha y guineo.

[10:00 A.M. – EL MASP]
La Avenida Paulista es a São Paulo lo que la 27 de Febrero es a Santo Domingo: la aorta por donde corre una gran parte del comercio de la ciudad. Entre tanta algarabía se encuentra un punto de paz: un edificio que desafía las leyes de la física, al parecer estar suspendido en el aire abrazado por unas barras rojas. Obra de la arquitecta Lina Bo Bardi, el Museo de Arte de São Paulo no solo amerita una visita por dentro –tiene obras de Monet, Van Gogh y Modigliani en su colección permanente y decenas de exposiciones nuevas al año–, sino también detenerse a valorar su fachada.

[11:30 a.m. – UM ROLEZINHO]
Bajando del MASP hacia el vecindario más elegante de la ciudad, Jardins, se puede conectar con la calle Oscar Freire, una de las vías preferidas por las coquetas paulistanas. Dando un paseíto por el vecindario asomarán la cara los sospechosos usuales –Chanel, Missoni, Bottega Veneta– y también nombres brasileños que merecen atención –Débora Quer, por ejemplo, con una selección de piezas de unos 30 artistas locales–.

[1:30 P.M. – OI, ALEX!]
En Jardins también se encuentra uno de los mejores restaurantes del mundo: la casa culinaria del chef Alex Atala, D.O.M. Tras la debida reservación, el menú de degustación permite conocer el Amazonas desde la boca.

[3:30 P.M. – EL CENTRO]
Si el tráfico lo permite, a las 3:30 de la tarde, el mejor lugar para estar en São Paulo es en el Edificio Italia, en el Centro: de lunes a viernes, de 3:00 a 4:00 p.m. se permite subir gratuitamente a su terraza, desde donde se entiende el verdadero significado de la palabra «infinito». Tras descender, a unos pocos metros se encuentra el Edificio Copan, un gigantesco edificio residencial diseñado por Niemeyer –tan grande que tiene su propio código postal–, cuyas curvas de concreto lo han convertido en un ícono paulistano.

VistaDesdeElEdificioItaliaSaoPaulo

[5:00 P.M. – VILA MADA]
Cruzando el Copan está una estación de metro: conectando ahí hasta la estación final de la línea verde, Vila Madalena, se llega hasta uno de los vecindarios más bohemios de la ciudad, casi un pueblito dentro del caos. El Callejón de Batman –pregunte por el «becu du bachimán» a los locales– es una galería de grafiti al aire libre, donde los mejores artistas del aerosol del país dejan sus obras. Justo frente al callejón, en la esquina de la calle Aspicuelta, se encuentra A Queijaria, una tienda de quesos artesanales provenientes de todos los rincones del Brasil.

Desde ahí, perdiéndose por Vila Madalena, es inevitable caer en barcitos y botecos con música en vivo y buena cerveza, como la Companhia da Cerveja en la misma Aspicuelta, hasta el Astor y el São Bento, para terminar la noche.

[ÑAPA: LA BANDA SONORA]
São Paulo, con su jarineo eterno –no por nada es la tierra de la «garúa»–, la «dura poesía concreta de sus esquinas» y la «discreta falta de elegancia de sus jovencitas», tiene quien le cante: Caetano Veloso, oriundo de Bahía en el noreste del país, compuso hace varias décadas una balada melancólica que se convirtió en un himno para esta ciudad incomprendida.

Fotos: Rab Messina