En la Fábrica de Arte Cubano

Las filas para entrar a uno de los lugares más cool de La Habana están justificadas: ahí dentro conviven la música, el teatro, el diseño, las artes plásticas, la comida y la moda.

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POR: Poteleche

Aunque se siente que Cuba se está abriendo al mundo, también es cierto que va a tomar años antes de que el país recupere el paso de estas décadas, cuando estuvo congelado en el tiempo. Aun así, hay pequeñas conexiones con el mundo que saltan a la vista, desde el street art, los peinados y los looks hipsters, o skaters metiéndole toda la tarde a los muros del parque frente a las Galerías del Paseo en el Malecón. Pero también está la más contundente de todas las referencias internacionales, ejecutada de la forma más local: la Fábrica de Arte Cubano.

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No se me ocurre nada en Santo Domingo con lo que pueda compararlo, pero podría decir que es como si Casa de Teatro y La Respuesta –un lugar en Santurce, Puerto Rico– tuvieran un hijo, y ese hijo tomara esteroides, pero muchos muchos muchos esteroides, más que Barry Bonds y McGwire juntos: algo así es la FAC. Aquí conviven la música, el teatro, el diseño, las artes plásticas, la comida y la moda en un espacio un poco laberíntico –claro, en el sentido más divertido posible–. Recorriendo sus tres pisos fui descubriendo terrazas, exposiciones de arte –como la colectiva Masa crítica–, tiendas de productos de diseño local, presentaciones de música en vivo, DJs de música electrónica con una excelente selección actual, y claro, bares. Nada que envidiarle a los mejores lugares de Barcelona o Berlín –por cierto, aprovechando que ya están aquí, lean las entradas de Barcelona y Berlín que compartí en este blog–.

No recuerdo si alguna otra vez en mi vida había ido a un sitio que me hiciera preguntarle a uno de los que te atienden «¿Aquí está el dueño? ¿A quién puedo felicitar por esto?». Tienen aproximadamente tres años abiertos y se han convertido en un éxito masivo que los mantiene con fila de jueves a domingo. La fila está justificada, pues ahí se puede bailar y compartir, ver las presentaciones y hasta quizás toparse con alguna celebridad, como nos sucedió a mí y a mi esposa, que vimos a Ginnifer Goodwin de Once Upon a Time justo cuando acabamos de entrar.

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La oferta gastronómica es otro de los tantos tapabocas que encontré para quienes me decían que no se come bueno en La Habana: en un espacio construido con furgones dentro de la fábrica tienen una selección súper amplia de tapas, falafels y demás a un precio bastante razonable. Esto es algo útil para poder aprovechar el horario hasta las tres de la mañana, y así bailar en todos los salones.

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El público que se junta es diverso: hay muchos turistas, pero es evidente que también es un punto importante de la cultura local. Escuché DJs tirar canciones cubanas que todos coreaban y que no podía buscar en Shazam (sorry, no WiFi), pero que podía disfrutar y absorber la vibra de una escena musical que puso en duda la auto-proclamación de Austin como la capital de la música en vivo. Ahí vi un gran salón lleno de gente bailando jazz afrolatino como si fuera música electrónica, o un trío de jazz bien funky en medio de una exposición fotográfica.

Yo salí de la Fábrica de Arte Cubano con una sonrisa… y aparte imaginándome lo que será La Habana cuando toda esa tradición, disciplina y talento se alimente de lo que puede ofrecerle el mundo.

Fotos: Poteleche y Stephanie Gerardino