Las focas de Ciudad del Cabo

Nuestra viajera invitada, Carmen Vicens, pensaba que ver las jirafas y los leones iba a ser el punto álgido de su visita a Sudáfrica… hasta que conoció a las focas de Seal Island

Carmen Dinorah Vicens, co-propietaria de la tienda de accesorios Luna de Crystal en Santo Domingo, es una de nuestras clientas asiduas: de nuestra mano, ha visitado destinos en latitudes donde la tierra se achica, donde tanto la geografía como la cultura le son tan ajenas al caribeño que tan solo salir del aeropuerto es una experiencia. Uno de esos viajes fue a Sudáfrica donde, irónicamente para una dominicana que recorrió tantos kilómetros, terminó enamorada de otra islita. Hoy nos cuenta sobre la foto que tomó con su memoria: el momento en el que un grupo de focas le dio la bienvenida a su hábitat. 

«Entre amigos habíamos recorrido Sudáfrica, pasando de la vibrante Johannesburgo a tranquilas reservas ecológicas donde pudimos observar leones, tigres, elefantes y jirafas en su casa.  Yo, que había disfrutado esa experiencia animal, pensaba que nada podía superarlo. Me equivocaba: cuando llegamos a Ciudad del Cabo me di cuenta de que faltaba el cierre con broche de oro.

En esta ciudad costera, al estar tan en contacto con la fauna marina, han desarrollado una industria turística basada en la conservación y protección de sus recursos naturales. El medio ambiente es el protagonista, y efectivamente pude descubrir que sus habitantes se sienten orgullosos de los atributos que han recibido por causa de su ubicación en el mapa. Una de las atracciones principales es Seal Island, un pedacito de tierra rodeado por aguas que vienen del Atlántico y del Índico, a cinco kilómetros de la ciudad. Ahí, tal cual lo dice su nombre, las focas se han adueñado de las rocas.

Imaginen la impresión de ir llegando en bote, y poco a poco escuchar la bienvenida de estos graciosos animalitos. Una vez estuvimos en contacto con ellas, experimenté una alegría infantil: ¡Qué divertidas son! No pude contener la risa al verlas desplazarse, al verlas jugar unas con otras. Todavía recuerdo sus vocalizaciones, su olor, la fuerza del viento de invierno en mi cara. Esa bendición de la naturaleza en un lugar tan remoto fue, sin lugar a dudas, uno de los momentos Kodak más grandes de mi vida.»

Foto: Cortesía de Carmen Dinorah Vicens