La tranquilidad de Machu Picchu

Nuestra clienta Soraya Morillo y su esposo cumplieron un sueño: caminar entre las ruinas de la citadela inca. ¿Lo que más les sorprendió? La sensación de paz que encontraron allá.

POR: Soraya Morillo y Tony Ortiz

[Soraya]

Hace unas semanas me tocó ir por cuestiones de trabajo a Lima, y ahí se me prendió un bombillo: llamé a mi asesora en Viajes Alkasa para aprovechar y añadir un recorrido por Cuzco, Valle Sagrado y Machu Picchu junto a mi esposo, y así cumplir un sueño que ambos teníamos.

[Tony]

Yo había leído de Perú desde chiquito, como si fuese una película, y me fascinaba. Desde siempre me ha parecido un país diferente, con estructuras indígenas extraordinarias que nadie sabe ni cómo las hicieron. Para mí, Perú era mágico.

[Soraya]

Ahora, lo que no fue mágico fue el mal de altura que ataca a la mayoría de los viajeros: el vuelo de Lima a Cuzco era a las 6:30 de la mañana, así que estábamos despiertos más de tres horas antes. Al llegar al aeropuerto nos ofrecieron las famosas hojas de coca, para mascarlas, sacarles la esencia y tirarlas.

Cuando salí a Cuzco me sentía dentro de un barco. ¡Así de mareada estaba! Llegamos al hotel a las 10 de la mañana, y ahí nos brindaron té de coca. Aparte, fueron tan amables, que aunque el check-in era al mediodía nos tenían una habitación lista para poder descansar y adaptarnos mejor al cambio de altura. ¡Caímos redondos!

A las 12, con un caldo ligero en el estómago, visitamos el Convento de Santo Domingo.

[Tony]

Ahí comenzó la magia: ese convento colonial se hizo sobre las bases del templo incaico Coricancha. Vino un terremoto en 1650, ¿y qué pasó? Solo sobrevivió la obra de los indígenas. Ellos sabían cómo construir, tomando en cuenta la condición sismológica de la zona. Eso está como el primer día.

[Soraya]

Ellos como que tenían inteligencia extraterrestre (risas).

[Tony]

Y en ese paseo nos dimos cuenta de que las calles de Cuzco son estrechitas, todavía adoquinadas, con unos canalitos en el centro para que circule el agua, dada la altura de la ciudad. Es hermosísima. Uno cree que está viviendo en el pasado.

[Soraya]

Yo me sentí dentro de una película cuando tomamos el tren hacia Aguascalientes, con la mesita en el centro y las vistas panorámicas de montañas con picos helados. ¡Casi nos caemos por estar embelesados tirando fotos!

Y Aguas Calientes, que es la ciudad donde se para antes de subir a Machu Picchu, ¡es hasta más hermosa que Cuzco! Nos sentíamos dentro de un sueño. Cuzco es densa, mientras que ahí ves las montañas desde cerca. Se siente la amplitud. De haber tenido tiempo, me gustaría haberla explorado más. De hecho, me gustaría repetir el viaje solo para pasar más tiempo ahí.

Cuando llegamos a Machu Picchu, fue otra sorpresa: yo no pensaba que era una verdadera ciudad. Me la imaginaba como la Zona Colonial de aquí, donde estás en el pasado pero estás en el presente, pero cuando llegas allá ves una ciudadela inmensa. Nosotros duramos unas dos horas caminando entre los puntos que nuestro guía entendía que eran importantes, pero si nos hubiesen dejado solos daba para caminar un día entero, y quizás dos. ¡Es enorme!

[Tony]

A mí me impresionó tanto que casi ni hablaba. Cuando estás dentro de la ciudadela no escuchas el graznido de las aves, ni ves un pájaro volando, ni un maco embromando por ahí. No oyes nada de eso. Es un silencio sepulcral, y solo se oyen las voces de los guías. A pesar del gran número de personas visitando, no se oye nada. ¡Nadie se atreve a hablar duro! Eso fue lo que más me impresionó. Uno siente una energía positiva, una sensación de paz. Hay que subir y bajar muchos escalones, pero cuando llegué me sentí tranquilo y se me olvidó que estaba cansado. Es un sitio mágico.

[Soraya]

Yo no sé si fue la mentita de coca, el jugo de chicha o si era la energía, pero en el Valle Sagrado el guía nos dijo que íbamos a subir 700 peldaños…y sin embargo al otro día no nos dolía el cuerpo. Lo mismo nos pasó el día después de subir a Machu Picchu. De hecho, después de volver a Santo Domingo me sentía con una energía que no es normal a nuestra edad (risas). La verdad es que es una energía diferente, un bienestar general. Creo que tiene que ver con el contacto directo con la naturaleza.

Y si nos fue tan bien la primera vez… ¡Estamos listos para volver!

Fotos: Soraya Morillo