POR: Alejandro Santelises Haché
“¡Qué interesante sería ir al mercado de pulgas en esta ciudad!”, dije yo en cero ocasiones antes de ir a Buenos Aires. A pesar de interesarme tanto la historia, nunca había pensado que un centro de antigüedades pudiese ser un lugar idóneo para aprender sobre las vidas previas de una ciudad. Sin embargo, esa percepción cambió en una visita al Mercado de San Telmo en la capital argentina con unos amigos.
Fui apenas con la intención de comprar regalos rápidamente para mi madre y mi novia, pero terminé haciendo un recorrido de tres horas, yendo de espacio en espacio. Llegué con una mentalidad cínica, pensando que los vendedores seguramente tendrían falsificaciones o me venderían gato por liebre, pero quedé gratamente impresionado: por ejemplo, los platos que hoy tiene mi novia están sellados por la compañía local Hartford, con manufactura en 1956. Esa precisión se encontraba en la mayoría de los objetos, desde juguetes y maquinarias hasta cámaras y textiles, todos testimonio de la gran potencia manufacturera que fue Argentina en el siglo XX.
¿Otra potencia en Argentina en el siglo XX? Eva Perón. A juzgar por la cantidad de memorabilia suya que encontré en los puestos del mercado, Evita sigue siendo un ícono porteño.
Hasta el mismo mercado habla de la historia de la ciudad: esas antigüedades están ahí por causa de la fiebre amarilla. Me explico: San Telmo es el barrio más antiguo de la ciudad, donde además se instalaron familias aristocráticas. Con la epidemia de 1871, que acabó casi con una décima parte de la población, el vecindario tuvo que ser casi desalojado, y la población se mudó al norte de la ciudad. Muchos dejaron atrás sus bienes, y esos objetos fueron entonces vendidos en un mercado informal que hoy ha crecido considerablemente y atrae miles de visitantes que, como yo, buscan llevarse un recuerdo de un Buenos Aires que ya no existe.
Aparte de esos regalos que me llevé conmigo en la maleta, también cargo otra lección: desde ahora, en cualquier ciudad que visite, voy a darme a la tarea de buscar mercados de antigüedades. Fuera de ser un punto de compras o una máquina del tiempo, esos lugares también son verdaderas escuelas de historia.
Fotos: Alejandro Santelises Haché