Mucho se sabe de los controles generales que ejercía la República Democrática Alemana (DDR, por sus siglas en alemán) sobre sus ciudadanos, desde las limitaciones de salida hasta la vigilancia y el espionaje extremo. Sin embargo, ¿cómo afectaban estas mecánicas la cotidianidad de los alemanes orientales? Una visita al Museo de la DDR en Berlín es una de las formas más inmersivas de investigarlo.
El museo detalla, de manera minuciosa, cómo el régimen afectaba cada momento de la vida de los ciudadanos, desde su asistencia a la escuela –ahí se les enseñaba a defecar en conjunto, para promover el esfuerzo grupal y la pérdida de la privacidad desde la infancia– hasta su paso por la universidad con la potencial entrada a la vida laboral. De ahí, la renta de un apartamento no pasaba de una décima parte del salario de un trabajador –claro, después de cinco años de espera para recibir una unidad, poco tiempo comparado con el período de espera de un carro Trabant, hechos de forma tan barata que era más común verlos quedados en la calle que andando sin problemas–.
Lo más impresionante de estos detalles es la forma en que están contados: el museo se autodenomina interactivo, y se tomaron esa característica a pecho. El carro Trabant, al cual se puede entrar y «conducir», está disponible justo a la entrada. Un aula de una escuela primaria de la DDR está ahí, a escala 1:1, con un nivel de detalle tal que pareciera que solo faltan los niños. ¿Y esos apartamentos por los cuales esperaban tanto los ciudadanos? También. De hecho, para entrar a la unidad hay que tocar un intercom, que responde uno de los «vecinos». Al tomar el ascensor se sale hacia el recibidor de una unidad, donde es posible entrar habitación por habitación: en el cuarto del adolescente hay unos jeans Levi’s que se atesoraban porque venían del Oeste; en las ventanas hay animaciones fidedignas de la calle, por donde circulan los Trabant; en la sala, decorada con un papel tapiz cargadísimo que venía de fábrica, la televisión pasa los programas de variedades y dibujos animados favoritos de la época.
A toda esta ligereza con tonos oscuros se le añade en otras salas un auto Volvo, que utilizaban los altos funcionarios –porque manejar un Trabant era, obviamente, reservado para los comunes mortales–, los esquemas de viaje que ideó la República para evitar que los residentes salieran al Oeste y, sobre todo, una réplica de un cuarto de interrogación en una cárcel.
El museo se encuentra en el vecindario Mitte, justo frente al río Esprea, a pocos minutos de la Alexanderplatz. Pasar unas horas inmersos en ese mundo y entonces salir al mismo lugar donde antes estaba la DDR en su apogeo es un golpe de agua fría emocional: juzgar el control que tenían sobre toda la cotidianidad de sus ciudadanos hace a uno cuestionarse cuánto, aun con la libertad que hoy disfrutamos, somos producto de los controles invisibles de nuestra sociedad.
Fotos: Get Your Guide