POR: Virgilio Martínez Jones
En el primer libro de la serie El Señor de los Anillos, así como en el tomo El Hobbit, J.R.R. Tolkien describe el bucólico pueblo de Hobbiton como un apacible entorno lleno de colinas, arroyos, campos de labrado y casitas agujereadas dentro de la tierra, donde habitan los hobbits —entre ellos Bilbo y Frodo, los pequeños protagonistas de ambas historias—. Cuando el director neozelandés Peter Jackson quiso llevar a Hobbiton al cine, no tuvo que buscar muy lejos: en su país natal encontró el lugar ideal, cerca de la rural Matamata.
Hoy, el set se mantiene prístino como un punto turístico abierto para visitas, algo que hacen muchos fanáticos de las películas. Yo no soy muy conocedor de la Tierra Media, pero me sorprendió ver el cuidado que pusieron los diseñadores para crear ese mundo en la vida real, así como el esmero que ponen hoy para mantener el paisajismo, la limpieza y el funcionamiento correcto de los 42 agujeros de hobbit y todo lo que les rodea. Y yo no fui el único: desde el estreno de la trilogía, el turismo se ha disparado en Nueva Zelanda —entran más de 25 millones de dólares estadounidenses al año al país solo por los turistas anillistas—, y a pesar de que fuimos en temporada relativamente baja, teníamos unas 300 personas a nuestro alrededor en el set.
Mi esposa se volvió loca al ver en persona “el árbol de Frodo”, y lo mismo le pasa a quienes visitan La Colina, Bolsón Cerrado, el Campo de la Fiesta y, claro, poder tomar una pinta de cerveza en El Dragón Verde —sí, el set de la posada también está funcionando—. El paseo regular dura unas tres horas, pero para quien quiere sentirse como un Gandalf bienvenido en esta tierra a escala pequeña, en el set de Hobbiton también ofrecen visitas privadas y estadías en granjas cercanas.
Fotos: Virgilio Martínez Jones