Hacia los inicios de la era cristiana, el territorio que hoy ocupa París le pertenecía al Imperio Romano. Los romanos comenzaron la construcción de obras públicas en la Île de la Cité, la islita que queda en el río Sena. Por la particularidad de ese suelo, bautizaron el territorio como «Lutecia», que significa «pantano». Unos cuatro siglos más tarde, la ciudad era tan conocida por su gremio de trabajo manual que terminaron llamándole «la ciudad de los artesanos» –y la palabra para «artesanos» en el dialecto galo era «Parisii»–.
De la Parisii de los galos queda mucho, pero de Lutecia, casi nada. Sin embargo, escondido en el distrito V de la capital hay un portal al pasado: detrás de un portón adornado con un casco de centurión se esconden las Arenas de Lutecia, un anfiteatro del siglo I D.C. con capacidad para 15 mil personas. Ahí, muy al estilo romano, se daban combates entre gladiadores, y muy al estilo de lo que hoy es París, se presentaban obras de teatro. Hoy en las arenas en vez de gladiadores hay grupos de pensionados jugando al pétanque o, como sucedió en una visita reciente, en vez de teatro hay equipos cinematográficos filmando escenas. Tiene sentido: ese lugar tiene algo de magia.
Cuando Lutecia fue saqueada durante las invasiones bárbaras, sus piedras se utilizaron para proteger la Île de la Cité. Tuvo una vida posterior como un cementerio, y luego cayó en el olvido. Hacia mediados del siglo XIX, con la construcción de un depósito de tranvías en la calle Monge –obra de Haussmann y Napoleón III– las ruinas fueron redescubiertas, y décadas después el mismísimo Víctor Hugo intervino para motivar a la ciudad a restaurarlas y ofrecerlas como un espacio público. «No es posible que París, la ciudad del futuro, renuncie a la prueba fehaciente de que también fue una ciudad del pasado», escribió Hugo en su defensa. Finalmente, en 1896 su puerta fue abierta para los parisinos. Hoy todavía es posible ver los asientos escalonados, la arena elíptica, parte del podio y las jaulas con rejas donde los gladiadores esperaban su suerte. La entrada es gratuita, pues sigue teniendo categoría de espacio público, y es poco probable ver turistas –es básicamente un parque utilizado por los moradores del Quartier Latin para pasear a los niños, jugar fútbol y tomar un poco de sol–.
Para quienes dicen que detrás de cada puerta de París hay una historia escondida, este espacio demuestra que no es una exageración, sino una afirmación casi literal. Detrás de la puerta de las Arenas, ubicada en la 49 Rue Monge, hay una historia impresionante: la de una de las ciudades más bellas y arquitectónicamente complejas del mundo que, increíblemente, comenzó siendo poco más que un modesto asentamiento de piedra sobre piedra.
Fotos: Rab Messina