POR: Michèle Jiménez Vicens
Para los sidneyeses, asistir a una ópera es algo común: al tener en la ciudad uno de los edificios más emblemáticos del género en todo el mundo, la mayoría ha asistido al menos una vez. Yo quería no solo ver a la Casa de la Ópera de Sídney desde fuera, sino también asistir a un espectáculo dentro, y pude cumplir ese deseo durante mi luna de miel.
Mi esposo y yo no compramos los boletos con antelación, sino que al llegar a la ciudad buscamos los eventos durante las fechas que estaríamos y la disponibilidad de asientos. Tuvimos suerte: La Traviata, de Verdi, estaba en el calendario. Compramos las boletas en línea y las retiramos en la taquilla el día de la presentación.
Esa noche de la presentación confirmamos otra cosa sobre la actitud de los sidneyeses hacia la ópera: ese espíritu relajado que tienen los australianos también aplica para esta ocasión, pues el código de vestimenta era informal —mucha gente en jeans con camisa—. Nosotros, para tener la experiencia soñada completa, decidimos ir vestidos con un poco más de formalidad.
Las fotos dentro de la Casa de la Ópera están prohibidas, pero les voy a decir esto: es aun más impresionante por dentro que por fuera, y estar en ese teatro de unos 1,500 asientos fue una experiencia acústica y de logística impresionante: tuvimos acceso a subtítulos traducidos del italiano y buenas facilidades de comida para el intermedio, en un bar con una preciosa vista al puerto.
Pero es interesante pensar que el más grande ícono de Sídney por poco no ve la luz. Mi esposo y yo hicimos una gira en bicicleta de la ciudad, y ahí pudimos aprender que el diseño ganador del edificio casi se queda fuera de la selección de la primera ronda, que cuando fue anunciado el público local lo rechazó, y que una vez iniciada la construcción, en 1959, tuvo problemas de presupuesto y manejo. Lograr abrirla en 1973 fue, en otras palabras, un parto. Y sin embargo, hoy, la ciudad está orgullosa de sus cascarones de concreto en el puerto.
A mí también me causó mucha impresión. Llegamos a Sídney de noche, y nuestro hotel tenía vista a la Casa de la Ópera. En ese momento la tenían iluminada con tonos de fucsia, haciendo que el patrón que forman más de un millón de losas sobre el concreto pareciese algo salido de una nave espacial. Al igual que al terminar de ver La Traviata en su interior, al ver el esplendor de su exterior solo me salió una palabra: “Wow”.
Fotos: Michèle Jiménez Vicens y Keith Saunders Photography