POR: Rafael Pantaleón
Los datos exactos del lago Tahoe dicen que está en la frontera entre los estados de California y Nevada, con una extensión máxima de 35 kilómetros de largo y 19 kilómetros de ancho, y que comenzó a formarse hace dos millones de años, durante una glaciación.
Más que eso, yo lo describiría con una sola palabra: magia.
De todos los sitios que visité en un viaje reciente a la costa oeste estadounidense, esta fue quizás una de las mayores sorpresas: este lugar fue a Mark Twain lo que a Colón fue el valle de la Vega Real —el escritor lo llamó “la imagen más hermosa que el mundo entero puede brindar”—.
Moverse unos kilómetros hacia el norte o hacia el sur por el borde del Tahoe era cambiar totalmente de panorama, de lo desértico a la vegetación de montaña, como si de un planeta a otro se tratara. Para poder descubrirlos con comodidad, alquilé un vehículo en San Francisco y una vez allá, con el sol saliendo fui recorriendo los pueblos alrededor del agua.
Uno de esos puntos es Emerald Bay, que en sus inicios fue llamada Eagles Bay, dada la abundancia de la población del símbolo patriótico estadounidense. Sin embargo, con el tiempo su impresionante color esmeralda terminó siendo más llamativo que las águilas calvas de la zona.
Pero miren que no todo es cuestión de maravillas naturales: ahí en la herradura de la bahía también se encuentra una islita de granito, llamada Fannette. En tierra firme hay una mansión de 38 habitaciones llamada Vikingsholm, construida en 1929 por los esposos Knight —él empresario y ella fanática de la arquitectura escandinava—. Como 38 habitaciones no era suficiente para Lora Josephine Knight, mandó a construir en Fannette una casita, que todavía se mantiene en pie, para escapar en bote a chismear con las amigas con tranquilidad mientras tomaban el té. Muy normal.
Otro punto impresionante es Sand Harbor, ya del lado de Nevada, mucho más al norte. En septiembre, un mes perfecto para ir dado lo clemente del clima, pude ver muchas familias celebrando pasadías, haciendo picnics, montados en kayak con sus perros, bañándose en el lago de aguas transparentes sin pensar en el tiempo —eso también es gracias a que el estacionamiento por un día completo ahí cuesta apenas 12 dólares—. Sin embargo, lo más hermoso de este lugar no es el agua esmeralda ni la belleza vegetal que cubre sus senderos: me dio impresionó ver cómo, al final del día, Sand Harbor queda impecable, como si por ahí no hubiesen estado un centenar de personas haciendo pasadía. Ese lugar parece atraer personas que respetan y admiran la naturaleza, que aman coexistir con ella. Encontrarse con gente que valore lo que millones de años de accidentes geológicos han dejado hoy para nosotros es, a mí parecer, casi igual de hermoso que el paisaje natural en sí.
RECOMENDACIONES LOGÍSTICAS
- Compren un pase de estacionamiento diario, que por 10 dólares les permite parquearse en casi todos los puntos alrededor del lago.
- Sean sinceros para evaluar si son más de tranquilidad que de diversión, para que así tomen una buena decisión de alojamiento: los hoteles se encuentran en un punto fronterizo apropiadamente llamado Stateline. Del lado de California van a encontrar albergues de montaña, pero del lado de Nevada hay resorts con casinos con una marcada influencia de Las Vegas. Mi asesora de Viajes Alkasa sabía que soy más del primer grupo, así que me ofreció hospedaje en un hermoso hotelito en una zona forestal californiana.
- ¿Y por qué les hablo de hospedaje? Porque la zona es lo suficientemente grande y diversa como para merecerse tres días y dos noches. ¡Se van a lamentar si se quedan solo un día!
Fotos: Rafael Pantaleón