La belleza de los viajes entre abuelos y nietos

Nuestra vicepresidenta tuvo la suerte de conocer, de primera mano, el París favorito de su abuela materna. Desde entonces, no duda del gran valor de los viajes multigeneracionales.

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POR: Ana Santelises de Latour

Todavía recuerdo el viaje donde aprendí a comer ancas de rana. En ese mismo viaje descubrí que la energía y la alegría por la vida no tiene edad. En ese viaje también conocí un lado de París que no sale en las guías.

Y todo eso gracias a mi abuela materna.

Yo recién había entrado a la universidad, así que eran mi etapa formativa como joven adulta. Con mis dos primas, unos años menores que yo, hice un viaje que todavía aprecio hoy: mi abuela decidió llevarnos a conocer su ciudad favorita. Mi abuelo vivió en París de joven, y ellos tenían la costumbre de volver, cada año, a los lugares donde formaron tantos recuerdos agradables.

Ustedes se preguntarán: ¿Qué buscan tres muchachas de entre 15 y 20 años con una señora de más de 70? ¿No hay un choque de generaciones por ahí? Todo lo contrario: es increíble cuánto pude conocer a mi abuela. Gracias al hecho de tenerla enseñándome sobre sus etapas más jóvenes por las calles de París, yo llegué a descubrirla en casi todas sus facetas. Conocí de sus andanzas, entré a sus tiendas favoritas y expandí mi zona de confort culinaria en braserías como L’Alsace, en los Campos Elíseos.

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Ustedes seguramente dirán que quizás, con su edad, mi abuela no tenía mucha energía para estar paseando. ¿Qué les digo? Nosotras nos despertábamos a las ocho o nueve de la mañana, y ya mi abuela nos estaba esperando cambiadita. De hecho, recuerdo que, aprovechando que mi hermano Jean estaba haciendo su maestría en Londres, cruzamos a visitarlo. Una noche las primas estábamos listas para dormir, mientras mi hermano se preparaba para salir a una fiesta. ¿Adivinen quién dijo que también iba a la juntadera? Ella mismita, y terminó contagiándonos su espíritu animado y fuimos todas con Jean.

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Mi abuela me demostró que el hambre por la vida no se apaga con la edad. Aparte, me dejó un listado de lugares que yo todavía hoy considero mágicos —cuando me casé y visité París por primera vez junto a mi esposo, hicimos un recorrido por los puntos que mi abuela me había “regalado”—.

Ella ya no está con nosotros, pero hoy estoy emocionada pensando que mis dos niños, que todavía están pequeños, podrían tener un viaje así con mis padres. Ellos ya lo han hecho en Nueva York, con los hijos de mi hermano mayor que están un poco más grandecitos —de hecho, pueden leer esa entrada aquí—, y la experiencia fue fantástica para ambas partes. Cuando uno se va de viaje, sin el ajetreo del trabajo y sin ayuda para cuidar de los niños, se da una conexión familiar de 24 horas que es bellísima. Cuando aparte un abuelo le muestra a su nieto su ciudad favorita, le está enseñando mucho más que un listado de lugares: le está dando a conocer, básicamente, la esencia de su personalidad más allá de su rol familiar. Y eso, les prometo, no tiene precio.

Fotos: Cortesía de Ana Santelises de Latour