Dos de nuestros clientes, una pareja amante del ciclismo, nos contactaron para armar un itinerario por Japón. Dados su tamaño y su densidad, Tokio se recorre mejor a pie y en transporte público, pero para Kioto, con un centro histórico más manejable, dimos con una alternativa perfecta para ellos: un recorrido de seis horas en bicicleta.
Con un guía privado, les creamos un recorrido a la medida. Kioto es perfecta para andar en dos ruedas: tiene un sistema de cuadrículas que hace que ubicarse sea fácil.
Nuestros clientes se dirigieron a la Terminal de Bicicletas de la ciudad y ahí se unieron al guía local. Kioto fue la capital imperial, durante mil años, y las edificaciones que todavía se encuentran en pie, prolijamente preservadas, son un testimonio del poderío que tenía. Por eso, el guía comenzó el recorrido con una visita al impresionante templo Nishi Honganji, una edificación budista que data del período Momoyama —entre 1573 y 1614—. Para que entiendan: es uno de los puntos más visitados en Japón por quienes profesan la religión, al ser un lugar sagrado para los pertenecientes a la secta Jodo Shinshu. Para los visitantes, sin embargo, meramente ver el patrimonio arquitectónico tiene su valor: el trabajo de tallado de la llamada puerta del atardecer es una muestra de la gran capacidad que ha tenido el país de llevar la madera más allá de lo que parecería ser su capacidad.
Luego pasaron por el Nijo, ubicado en un complejo que tiene 275,000 metros cuadrados, con un muro exterior y un diseño de anillos concéntricos, para proteger a la corte. Es un castillo célebre del estilo Momoyama, hecho en piedra y con grabados en ciprés, con coberturas de hoja de oro y pinturas inspiradas en la naturaleza —de hecho, todavía siguen intactos los llamados “pisos de ruiseñor” que adornan los pasillos—.
Antes de que la capital se mudara a Tokio en 1869, el emperador residía en el Gosho, el palacio imperial de la ciudad. Es, en teoría, una de las pocas edificaciones que sobreviven de esa época en la zona, pues a falta de uso con la mudanza, fue convertida en parques públicos. Ver cómo asignan igual reverencia a los delicados tronos tallados y a los árboles sagrados que tienen fuera —un cerezo y un tachibana— es entender mejor el respeto que tiene Japón tanto por la materia prima como por el producto de la intervención humana.
Después del almuerzo, les tocó una visita llena de metales preciosos: andaron en bicicleta hasta el Kinkakuji, el templo dorado que quizás sea la imagen más conocida de Kioto. Ahí, en ese lugar privilegiado, se guardan las reliquias de Buda, mientras sus muros amarillos se reflejan en el espejo de agua que tiene frente. Es un lugar donde, aun con las visitas de cientos de turistas a la vez, se siente una calma increíble. El Ginkakuji, o Pabellón de Plata, no está recubierto del metal, pero sí tiene un maravilloso diseño paisajístico. La última visita fue al Kiyomizu, que nace en las cascadas de Otowa, a cuyas aguas se le asignan capacidades curativas —por eso también recibe una gran cantidad de turistas locales—. Pero fuera de los elementos naturales, el templo también es una exaltación del nivel de artesanía que se ha practicado en el país desde hace siglos: solo hay que pensar que la veranda fue construida sin el uso de clavos.
A lo largo del recorrido, nuestros clientes pudieron ver el contraste entre una ciudad tecnológicamente avanzada, con un millón y medio de personas, trenes bala y máquinas expendedoras de todo lo posiblemente imaginable, y un enclave que mantiene con orgullo sus riquezas históricas, con todo y geishas y maikos caminando por las calles. La ventaja de poder hacer este trayecto sobre dos ruedas fue, justamente, poder observar todos estos detalles de cerca, pero aprovechando el tiempo al máximo. Si tienen a Kioto en su lista de deseos de viaje y sus condiciones físicas le permiten hacer un recorrido así, ¡definitivamente ténganlo en cuenta!
Fotos: Fuente externa