Entre los cafetales colombianos

La calidad del café colombiano es ya motivo de leyenda. Nuestra asesora Balvina Suero descubrió que los paisajes de sus cafetales son igual de impresionantes.

En Colombia, muchos dominicanos ya han visitado Bogotá y Cartagena, dos realidades hermosas y diferentes del país suramericano, pero muchos desconocen una tercera: los fantásticos poblados de donde proviene la mayoría del mítico café colombiano. Por eso, nuestra asesora de viajes Balvina Suero realizó un recorrido de la región paisa, en el llamado Eje Cafetero, para descubrir y compartir con ustedes las bellezas de la montaña, el olor del café y el calor humano que puede contra cualquier temperatura baja.

POR: Balvina Suero

 

Hemos escuchado innumerables veces que el café colombiano es uno de los mejores del mundo. Esto se debe no solo a la calidad de los granos, sino también a los microclimas que se forman en las alturas de la región andina del país. Para explorarlo de primera mano me trasladé al Eje Cafetero colombiano —también llamado el Triángulo del Café—, una zona que incluye el Valle del Cauca y una parte de Antioquia, dividida entre las ciudades de Manizales (Caldas), Armenia (Quindío) y Pereira (Risaralda).  

En Pereira justamente comenzó mi recorrido: hospedada en la Hacienda San José, construida en 1888, conserva en su primer piso paredes de tapia pisada, algo típico de la época de la colonización del Cauca; en el segundo piso muestra las influencias de la colonización de Antioquia, con una construcción en bahareque. Alrededor de la edificación hay samanes, ceibas y totumos centenarios que recuerdan cuánto tiempo llevan juntos la naturaleza y la historia del lugar —y los turistas que se hospedan ahí para realizar avistamientos de aves lo saben—.

La naturaleza vuelve a hacer acto de presencia en el Quindío, donde me trasladé al día siguiente: ahí el paisaje montañoso, cuidado esmeradamente por sus habitantes, es sencillamente majestuoso. Ese fue el punto de partida para realizar las exploraciones a pie del Paisaje Cultural Cafetero —así se llama el recorrido, que combina senderismo leve con informaciones agrícolas y culturales—, y ahí brilla algo más que el paisaje: la calidez de los pueblos, que contrasta con las temperaturas bajas del lugar. Al ver que era extranjera, los pobladores me daban la bienvenida no solo verbalmente, sino también con sus actitudes: al preguntar por un lugar, muchos residentes dejaban lo que estaban haciendo y me llevaban ellos mismos hasta él. ¡Cuánta amabilidad!

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Al llegar a Armenia, la ciudad capital del departamento del Quindío, visité el Museo del Oro Quimbaya, que contiene piezas de orfebrería y cerámica realizadas por el grupo de indígenas quimbaya, residentes en la zona del Cauca a la llegada de los colonizadores españoles. Ahí quedé impresionada por los murales con relieve, que a pesar de tratar escenas de la cotidianidad de la vida indígena, fueron realizados con un esmero que les da una elegancia impresionante.

En Salento, otro municipio del departamento del Quindío, para engañar al clima de otoño me recibieron con un vaso de canelazo: esta bebida es una combinación de jugo de frutas —limón y chinola, en mi caso—, aguardiente, canela y azúcar. Esta bebida te prepara para subir al Valle del Cócora, recorriendo los mismos caminos que utilizaban los antepasados de los residentes actuales para llegar en cinco días a Medellín cuando todavía no existían carreteras.

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Ahí en las montañas pude ver sembradíos de café y plátano, y las flores amarillas que siembran para ahuyentar los hongos que pueden afectar las plantas de café. Para ponerle la tapa al pomo, tras estar rodeada de tanta belleza natural, en un restaurante típico me esperaba un patacón con trucha —ese plato fue el segundo en mi lista del Top Cinco de comidas típicas que disfruté; el cholado, un helado típico con frutas y crema, definitivamente se ganó el primer lugar—.

¿Y qué pasa entre el momento que se cosechan estos granos de café y el punto en el cual llegan a nuestras tazas? Eso lo descubrí en unas lecciones sobre café en la Hacienda San Alberto.

Ahí pude ver el proceso desde que siembran la planta hasta que crece y la vuelven a replantar; cuando se agota, la cortan casi a la raíz y vuelve a dar café, pero con un tronco nuevo. Eso explica las marcas del corte que tantas plantas tenían en los sembradíos. También, en una cata, pude aprender a identificar un buen café, enfocándome en qué significa el color oscuro: cuando un grano sale defectuoso, lo tuestan hasta casi quemarlo para ocultar esos desperfectos. Cuando tienes en tus manos con grano con tostado intermedio y se puede observar una textura agradable, es un ejemplar de calidad. El café de bajo rango huele a amargo, a madera; el de alto rango huele a frutas, a cítricos, con una amargura leve.

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Y así, con un conocimiento mayor sobre todo el trabajo humano y las riquezas naturales detrás de una taza de café colombiano, salí del Eje Cafetero con un amor renovado por el paisaje de montaña y por la calidez y la amabilidad de los paisas.

¿Deseas conocer el Eje Cafetero de Colombia? Contáctanos al (809) 563-4631 o escríbenos aquí para presentarte opciones de alojamiento y recorridos turísticos.

Fotos: Balvina Suero