POR: Katingo Haché de Santelises
Cuando me casé en 1974 fui a Casa Virginia y allí compré un juego de cubiertos Christofle, modelo Vendôme, para 12 personas —tenía desde tenedores hasta cucharitas de postre—. En ese entonces yo era profesora de preescolar y ganaba 100 pesos mensuales, pero había ahorrado durante mucho tiempo para pagar el juego —hizo 1,000 pesos en ese entonces, el equivalente a 1,000 dólares de la fecha—. El set fue descontinuado hace unos años, y lamentablemente nunca llegué a completar la colección.
O eso pensaba. En un viaje reciente a París, una amiga me llevó a una sección de antigüedades (Vernaison) en el Marché aux Puces de Saint-Ouen, un mercado de pulgas con más de tres mil vendedores. Ahí llegamos a una sección especializada en cristalería y plata, e increíblemente me encontré con los Vendôme. Pude comprar ocho unidades de tenedor grande y tenedor pequeño, una cuchara grande, una cuchara de postre francesa y dos piezas de servir por un total de 475 euros.
En el mercado son expertos en estos elementos, así que también saben cómo empacarlos correctamente para que vayan mejor en la maleta —los envolvieron en un papel de espuma y pude traerlos en el equipaje de mano—.
Ese juego de cubiertos básicamente me recuerda toda mi vida de casada. Desde esa compra inicial que hice yo hasta cada regalo que fui recibiendo de familiares para ir completando la línea, eso habla de mis primeros años familiares. Recuerdo que al principio a mi marido no le gustaban las sopas, y por eso no tenía cucharas soperas –hasta que finalmente cedió con sus gustos alimenticios y entonces completé esa sección–. También, de alguna forma, pienso en la llegada de mis hijos: en el mercado también compré piezas formales para Ana y José Manuel; para Jean, que tiende mucho más al modernismo y al minimalismo —¡arquitecto al fin!—, compré un juego menos ornamentado. Creo que cuando el más pequeño forme hogar, la historia de esos cubiertos seguramente va a crecer.
UN CONSEJO ADICIONAL
Si pasan por el mercado entre sábado y lunes no dejen de almorzar en una fonda cercana, llamada Chez Louisette, donde atienden unas señoras de 70 años en promedio. Mientras sirven platos tradicionales caseros —yo probé un cordero muy bueno—, van cantando canciones de Edith Piaf y compañía. ¡Qué almuerzo tan cómico!
Yo también tengo ese modelo y se está discontinuado. Tengo hasta 18 varias piezas y quisiera venderlos. Si sabe de alguien le interese. Mis hijos no los quieren, es el motivo de venderlos.