Por: Virgilio Martínez Jones
Para ponerlo sencillo: la Gran Barrera de Coral australiana tiene 2,600 kilómetros de longitud, que van desde Papúa Nueva Guinea hasta la costa sur de Australia. Todo ese tramo está compuesto por unos dos mil arrecifes individuales y unas mil islitas.
En una de esas islitas estacionó la embarcación que nos dejó a los pies de los corales, dos horas mar adentro desde Cairns, ubicada en la punta norte (y tropical) del estado de Queensland. Este botecito fue diseñado especialmente para la exploración turística: todos los asientos se encuentran bajo el agua, y sus ventanales de vidrio permiten ver todo lo que sucede alrededor.
Al llegar a la islita mi esposa y mis amigos tuvimos tiempo libre para hacer buceo, una experiencia que capturé con una cámara submarina que pude alquilar en la embarcación por unos 70 dólares. Ahí nadé junto a los peces —en la Gran Barrera se encuentra la concentración de biodiversidad más densa del mundo—, incluyendo un tiburoncito pequeño e inofensivo —no uno grande y blanco, como muchos temen que anden por ahí—.
En total, la excursión que nos facilitó Viajes Alkasa tiene gran flexibilidad: fue posible bucear a nuestro antojo durante dos horas y media, a nuestro propio ritmo, y volver a tierra según fuese necesario, ya fuese a descansar, a cambiar de cámara o a comer algunas de las picaderas provistas por los guías en la embarcación.
Penosamente, el turismo en la Gran Barrera forma parte de un listado de visitas recomendadas antes de que la depredación medioambiental las elimine del mapa, tanto por efectos de la sobrepesca como del calentamiento global —este último crea temperaturas que impiden el apareamiento de las especies en el arrecife—. Sin embargo, habiendo conocido su esplendor, espero que los seres humanos podamos revertir los efectos negativos que hemos tenido sobre este bloque de coral, y que esta maravilla quede para ser explorada por generaciones futuras.
Fotos: Virgilio Martínez Jones