Para nuestra asesora Katherine Rodríguez, uno de sus mejores recuerdos de La Habana fue visitar Iván Chef Justo, un paladar ubicado justo detrás del Museo de la Revolución.
Primero, es una pequeña lección en arquitectura cubana: el restaurante está ubicado en una mansión colonial de mediados del siglo XVIII, preservada con esmero. La cocina está en el primer nivel, y ahí se puede observar al equipo de cocineros, incluyendo al chef que da nombre al restaurante, elaborando la comida que se va a servir.
Ya el segundo nivel, donde está el comedor, es una experiencia de decoración kitsch: entre objetos totalmente aleatorios, como una colección de relojes de pared y varias bicicletas en miniatura, se encuentran retratos de íconos hollywoodenses como Marilyn Monroe y Audrey Hepburn. Este sitio, según nos explicó Katherine, es un monumento al eclecticismo.
Pero el verdadero eclecticismo está en el menú: los platos del día no los determina el equipo per se, sino que vienen dictados por los ingredientes de temporada disponibles en el mercado de productores cercano. Eso asegura que la comida que se prueba es verdaderamente fresca y, sin mucha fanfarria, de cero kilómetro. Katherine, por ejemplo, probó varios tipos de pescados y mariscos en su punto. Fuera de la paella y el ceviche, uno de los platos que más la dejó impresionada fue una ensalada que de lejos parecía una capresa, pero que al examinarlo se dio cuenta de que eran porciones de langosta en vez de mozzarella.
La mayoría de los restaurantes privados en La Habana sirven almuerzos con un precio por cabeza de unos 15 CUC; este, en cambio, cuesta unos 25 CUC — el equivalente a 25 dólares estadounidenses—. Y según nos explica Katherine, esa diferencia está más que justificada, dada la calidad de los ingredientes, la creatividad en la preparación de los platos y lo interesante de la decoración.
Fotos: Fuente externa