POR: Jean Santelises Haché
La costumbre es más fuerte que la curiosidad: yo visito el mercado Le District con frecuencia, pues me queda cerca de la casa, pero nunca imaginé que dentro había un restaurante escondido, y para colmo premiado.
Por si no conocen el complejo: Le District es a Francia lo que Eataly a Italia. Ubicado en la calle Liberty del distrito financiero, tiene tres secciones: Café, con repostería y bebidas calientes; Market, con opciones de charcutería, quesos y pescados preparados, y Garden, con frutas y vegetales para comprar y llevar. Aparte tiene restaurantes dentro, y mi favorito hasta hace poco era el Beaubourg, una brasserie a medio camino entre París y Nueva York en donde se puede disfrutar de un buen brunch a la intemperie cuando el clima lo permite.
Sin embargo, eso cambió la noche que descubrí un espacio casi escondido. Caminando por los pasillos del mercado, siempre pasaba delante de una puerta que parecía ser de un área restringida para los empleados. Sin embargo, hace poco mis padres estuvieron de visita en Nueva York y decidieron hacer una reservación en L’Appart, un restaurante ubicado justamente en Le District. La noche de la cena descubrí que esa puerta, en realidad, lleva a uno de los mejores restaurantes franceses en los que he estado den Nueva York.
Ahora, ¿por qué tanto anonimato? Porque el nombre es una abreviación de “el apartamento”, y por lo tanto está pensando para verse y sentirse como la propia residencia del chef. Y claro, el chef es Nicolas Abello, un francés acostumbrado a comidas familiares que duran cuatro y cinco horas, dados los buenos platos y la buena compañía.
Esa, en esencia, es la idea detrás de este restaurante: sentirse en casa, pero en casa de alguien con capacidad de sacar platos con una estrella Michelín.
Al pasar por la puerta, el maître d’ no nos recibió con la formalidad acostumbrada de un restaurante de su categoría, sino que con una cortesía casi familiar nos invitó a un trago y a un tour de la cocina, para conocer a todas las personas que estarían a cargo de nuestros platos. Tomamos nuestra mesa y ahí vi los detalles decorativos que reforzaban el concepto visual de un apartamento parisino: tanto la alfombra de centro, el retrato femenino al óleo en la pared y la lámpara de cristales negros tenían un corte mucho más residencial que comercial.
Y ahí comenzó el menú de degustación, que reservamos junto al maridaje de vinos. Una de las entradas nos dejó atónitos a todo: sobre un panqueque de papas montaron unas perlitas parecidas al caviar, que al explotar en la boca revelaban tener dentro vinagre balsámico. ¡No tengo idea de cómo lo hicieron! También quedé impresionado con la textura de la codorniz que nos sirvieron antes del postre, y más aun con el postre mismo: un rollo con crème fraîche, piña caramelizada y un toque de chocolate que me hizo repensar el potencial de esa fruta en los platos dulces. ¡Nunca se me hubiera ocurrido que me iba a gustar tanto!
Fueron cuatro horas —sí, cuatro— donde nos dejamos maravillar por las posibilidades de los ingredientes, disfrutando de un servicio con dosis iguales de eficiencia y amabilidad.
Si se animan a visitarlo, una nota importante: el restaurante tiene apenas 28 sillas, así que les recomiendo hacer su reservación con al menos tres semanas de antelación. Dado ese ambiente íntimo, lo mejor es que vayan en grupos pequeños: más de cinco personas es multitud.
Fotos: Cortesía de L’Appart