POR: Melissa Guzmán
¿Ustedes sabían que en Legoland Florida muchos de los banquitos para sentarse y descansar están hechos con plástico reciclado, proveniente de galones de leche? Yo tampoco… quien me lo informó, estando de visita en el parque, fue uno de los expertos más grandes que tiene República Dominicana en materia de la marca Lego: mi hijo de 11 años.
Yo no puedo explicarles su obsesión. Desde los seis años le estamos comprando sus sets de piezas, y él pasa feliz de una fiebre a otra: primero fue armar camioncitos, luego el Batman de ladrillitos y ahora es Ninjago —sí, me tocó recientemente ir al cine a ver con él la película de los maestros del Spinjitzu—.
Desde que el parque abrió en 2011, D’Angelo me estuvo rogando que lo llevara. Me tenía loca. Finalmente, durante un viaje familiar a la zona —el complejo está ubicado en Winter Haven, a 45 minutos de Orlando—, le aparté un día entero para su visita.
Me di cuenta de que, durante muchas horas, el pobre no se daba cuenta de que estaba finalmente en Legoland. ¡No se lo creía! Él estaba en una especie de shock.
El parque está dividido en 13 zonas: Duplo Land, Miniland USA, Pirates Cove, The Beginning, Fun Town, Imagination Zone, Technic, Land of Adventure, Lego City, Chima, Ninjago, LEGO Friends y una réplica de Cypress Gardens, el parque que se encontraba anteriormente ahí.
Cuando tomamos el tour inicial comencé a darme cuenta de que cuánto él sabía sobre la historia del juguete: en un momento me habló sobre un personaje que había creado el fundador de Lego para regalarle a su hijo, y que el escudo y el cabello que lleva hoy son justamente modificaciones que hizo el niño en ese entonces. D’Angelo es como una Legopedia.
Luego fuimos al destino número uno en su lista: el área de Ninjago. Estaba extasiado jugando con espadas. ¡Se sentía como un superhéroe! Ya en el área de Chima él pudo vivir una batalla contra dragones, serpientes y villanos dentro de un módulo de realidad virtual. En otro tour en trencito pudimos ver en movimiento a cada una de las figuritas del universo Chima, pero a escala humana. ¡Igual que con Piratas del Caribe! Imagínense ver todos esos poblados coloniales y personajes hechos de ladrillos plásticos, pero a escala 1:1.
Vimos también un “zoológico”, con animales salvajes hechos de miles de piecitas. También pudimos “visitar” ciudades estadounidenses en miniatura —desde Las Vegas hasta Nueva York—, y ver pistas de Fórmula 1 hechas de cuchucientos millones de ladrillitos. ¡Es una locura!
Mi favorito, sin embargo, fue el maravilloso show acuático donde recrean tiburones a tamaño real, en una especie de batalla en el agua con todo y embarcaciones y tripulación. Durante ese show de 20 minutos me sentí, básicamente, de vuelta a mi niñez.
No digo lo de volver a la niñez a la ligera: en casa compramos con gusto estos ladrillitos de plástico, y nos sentamos todos junto a él a armar “edificios” y “vehículos” porque sentimos que, aparte de unir a la familia, los Legos tienen la capacidad de ayudar a los niños a desarrollar sus habilidades. Creo que, por causa de estos juguetes, él ha podido extender su destreza manual y creativa. En el parque me alegré al ver que también refuerzan ese uso de la creatividad infantil: muchas de las figuras que exhiben, compuesta por miles y miles de ladrillos, no está del todo “terminada”. Me explico: al lado de cada una tienen ladrillos sueltos, para que los niños puedan agregar su contribución a cada escultura. Ese, justamente, es el espíritu de Lego.
Cuando volvimos al hotel a la noche —Legoland tiene un resort precioso dentro—, D´Angelo me dijo: “Mami, siento que me morí y estoy en el cielo: este es mi mundo.” Y luego, con la inocencia propia de la edad, me preguntó muy serio: “¿Ningún niño vive aquí? Yo quiero quedarme a vivir en Legoland”. A sus 11 añitos, él dice que es lo mejor que le ha pasado en su vida. Sin embargo, como madre que pudo cumplirle ese sueño y ver su cara de alegría, creo que yo estoy el doble de feliz de lo que él está.
Fotos: Cortesía de Melissa Guzmán