Berlín es una ciudad donde nada tiene sentido, y esa de por sí es su lógica. ¿Que hay gente haciendo fila frente a un edificio sin nombre cerca de la Ostbanhof a las siete de la mañana, con temperaturas bajo cero? No es un síntoma de Ostalgie –la nostalgia por la DDR–, sino que son personas que están esperando para entrar a una discoteca, donde a esa hora todavía están entregados a la bailadera. Es la ley de Friedrichshain. ¿Que donde unas semanas antes reinaba el currywurst ahora hay gente que se pelea para entrar a un restaurante vegano? La ley de Neukölln. ¿Y que un sauna no puede ser un sauna normal, sino que tiene que tener una piscina salada donde se oye techno minimal bajo el agua, proveniente de un DJ, y hay un juego de luces en el techo? La ley de Liquidrom.
Liquidrom se encuentra en el piso inferior del Tempodrom, un complejo de eventos en Kreuzberg que por fuera parece un suspirito diseñado por extraterrestres. Una vez dentro, todo parece normal: espacio para cambiarse, duchas, un sauna con sal del Himalaya, un sauna a 80 grados Celsius, un sauna finlandés a 90 grados Celsius, piscinitas termoreguladas para dar shocks al cuerpo, cabinas de masajes y dos filas de chaise-longues para sentarse a beber un juguito después de tanto transpirar. Hasta ahí todo va bien. La ley de Berlín se pone de manifiesto, sin embargo, cuando al final del centro se llega a una piscina salada a oscuras donde se prohibe hablar, sino que la gente flota sobre tubos de espuma de polietileno mientras escucha musiquita electrónica bajo el agua y un juego de luces se refleja en el domo. Y claro, el sauna está abierto hasta la medianoche, porque nada dice «fiesteo» como una piscina donde la gente parece estar meditando. Pueden burlarse todo lo que quieran, pero ahí se la pasa uno de lo más lindo, boyando sin esfuerzo alguno en agua templada, sin enterarse del frío que hace afuera y pensando que todo en la vida es techno y felicidad.
Si visitan Berlín y eso es lo suyo, traten de hacer la visita al Liquidrom, donde pueden comprar un paquete de dos horas por unos 20 euros, y alquilar toallas y batas de baño. Advertencia: para disfrutar plenamente de las instalaciones hay que ser más como los berlineses y no como los dos muchachos recién llegados de los Emiratos Árabes Unidos que ese día se dieron cuenta de que probablemente estaban en el lugar equivocado, ya que excepto por la piscina salada, las instalaciones, que no están separadas por sexo, prohiben el uso de trajes de baño. Tampoco hay paredes de separación en los vestidores. Natürlich, que así es Berlín.
Fotos: Liquidrom y Pirtiesbiciuliai