POR: Eduardo Domínguez-Imbert Garip
Mucho se ha dicho sobre la belleza de Machu Picchu, una de las obras más conocidas de la civilización inca. Sin embargo, en una visita reciente con mi familia, hubo algo adicional que me sorprendió: fuera de los aspectos visuales y de la impresión en los sentidos que causa estar a 2,430 metros sobre el nivel del mar, el llamado “pico viejo” es además una impresionante muestra de ingeniería.
Como ingeniero civil, para mí lo más impresionante de Machu Picchu fue ver cuán avanzados estaban los incas en cuanto a sus métodos de construcción: por ejemplo, sus estructuras estaban preparadas para ser sismo-resistentes. Cuando los arqueólogos comparaban las edificaciones del imperio inca con la de los españoles, veían que las primeras permanecían estables ante los terremotos, mientras que las segundas sucumbían.
Ellos lograron esta estabilidad a través del uso de la piedra trapezoidal, que pulían minuciosamente usando apenas piedras y arena. Estas piedras se colocaban una encima de la otra, sin ningún pegamento ni juntas visibles. Para lograrlo, les hacían una especie de dientes para que no solo engancharan, sino que tampoco cayeran —de ahí su capacidad de soportar los movimientos telúricos—.
También demostraron conocer principios de acústica: dentro de las ruinas se puede hablar y ser escuchado a cientos de metros sin necesidad de amplificar la voz. Nuestro guía nos mostró esta curiosidad en el lugar donde se colocaban las ofrendas a los dioses —como todo en cuanto a las ruinas incas, el uso dado originalmente no es certero, pero quisiera pensar que en este lugar se reunía una parte de la población para asistir a este tipo de actos—.
¿Otras dos materias que dominaban cotidianamente los incas? La astronomía y la agricultura. Me explico: ciertos puntos ceremoniales de Machu Picchu estaban alineados físicamente con el solsticio de verano y de invierno, de modo que los rayos del sol que se filtraban por una ventanilla especial les indicaban que el día esperado para sembrar o para cosechar había llegado.
A todo esto, me quedé pensando: ¿Sería viable realizar una obra como Machu Picchu hoy? La verdad, no. Modernamente uno tiene restricciones económicas en las construcciones, y no es rentable económicamente tener un trabajador tallando una piedra inmensa durante semanas. Los incas no tenían lo que nosotros conocemos como dinero, así que las ofrendas que las personas hacían a sus gobernantes y a sus dioses era su trabajo.
Por eso, la belleza de Machu Picchu es más que su aspecto: habla de destreza manual, de acústica, de astronomía, de agricultura, de religión, de ingeniería. Es, por más de una razón, una estructura sublime e impresionante.
Fotos: Sandra Garip Hued
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