POR: Maeno Gómez Casanova
No hay que decirlo demasiado: en Madrid se come bien. Sin embargo, después de probar tanto restaurante nuevo en viajes anteriores, en esta visita quería irme por algo tradicional. Por eso, andando por Chueca, tenía el radar atento buscando un lugar con historia en los platos. En la intersección de la San Marcos con Libertad encontré mi respuesta: a pesar de que en una esquina está Diurno y en otra Bazaar, me enamoré del menú del ocupante de la esquina sureste, Taberna La Carmencita.
Imagínense la cocina de la abuela, llena de recetas de cazuelas, filetes de ternera y taquitos de rape, pero con un espíritu que vive haciendo guiños. Por ejemplo: en su autobiografía —sí, La Carmencita habla en primera persona— dice que “soy la taberna más castiza de Madrid, la segunda más antigua y, si algo he aprendido estos 150 años, es que los gatos son más de beber y cenar bajo la luna. Aquí se pueden escribir versos infinitos, odas al tomate y a la cebolla”. Cojan ahí.
Esa jovialidad al hablar tiene su razón: a pesar de que fue fundada en 1854, en 2013 fue adquirida por una nueva administración que se dio a la tarea de retomar su esencia pero modernizarla. Aunque suene contradictorio, no lo es. Por ejemplo, se enfocaron en obtener suplidores orgánicos para los ingredientes de sus recetas tradicionales; aparte, en vez de tener cierres programados, como las tabernas de antaño, La Carmencita está abierta desde el desayuno hasta las dos de la mañana, con públicos distintos en cada franja de horario. Las azulejos de la pared hablan de los tiempos de Neruda y Lorca —sí, esos eran habitués de la taberna— pero el copywriting gracioso del menú hace referencia a otro tipo de poesía. A eso me refiero con modernidad.
Este sitio me marcó. Qué buen servicio. Qué buen paté de cortesía. Qué buen pan con tomate, y jamón, y arroz de tinta en calamar, y tabla de quesos, y tinto de la casa. Qué buena La Carmencita.
Fotos: Cortesía de Taberna La Carmencita