POR: Minerva Vincent
Todavía recuerdo el vuelo entre Estambul y El Cairo: poco antes del aterrizaje, el paisaje cambió totalmente. La ventanilla del avión se llenó de marrón y la aridez era tal que casi se podía tocar. Esa realidad era totalmente diferente a lo que yo había conocido hasta entonces. En ese momento, todo de golpe, entendí algo: puede que uno lea sobre un lugar con una cultura muy diferente a la propia, o que aprenda sobre él en televisión… y sin embargo, nada se compara con estar ahí y sentir en persona esas diferencias.
Y definitivamente, Egipto es uno de esos lugares.
Mi esposo y yo hicimos un recorrido por varias ciudades del país africano, y al haber estado en contacto con tanta riqueza natural, histórica e intelectual, tenemos la misma recomendación: Egipto es mucho más que El Cairo, mucho más que las Pirámides. Traten de conocer más allá de la capital. ¿Por qué? Aquí les comparto mis experiencias favoritas.
EL TEMPLO DE ABU SIMBEL
Asuán es una ciudad casi en la frontera con Sudán y también creada frente al Nilo. Su importancia para la historia de la arquitectura egipcia es incalculable: aquí estaban las canteras de piedra que se utilizaron para construir las maravillas que hoy siguen en pie.
Entre esas maravillas locales están los dos templos de Ramsés II en Abu Simbel, a unos 300 kilómetros de Asúan. Vale la pena el viaje: el propósito de este templo fue no solo conmemorar una victoria militar, sino también impresionar a todos los que entraban a Egipto desde el sur. Y vaya que impresiona: solo tienen que imaginar que hay cuatro estatuas colosales de Ramsés II esculpidas en la roca de la fachada, cada una de 20 metros de altura.
Yo me sentí como en el 1265 AC, el año en que fue terminado el templo. Ese fue un momento de recogimiento para mí: la edificación en sí, los minuciosos detalles artísticos, la evidencia de un desarrollo humano elevado. ¡Qué experiencia!
UN CRUCERO POR EL NILO
Desde Asuán tomamos un crucero de tres noches, el Sanctuary Sun Boat, para recorrer el Nilo. Durante ese trayecto vimos sembradíos de arroz, papiros, los animales que habitan cada zona. No sentíamos prisa, y en la cubierta disfrutamos de la fresca temperatura de abril. Un día conocimos el Templo de Isis en Filé y el Templo de Kom Ombo, dedicado al dios cocodrilo Sobek; en otro visitamos el Templo de Lúxor y el complejo del Templo de Karnak, con una detallada caminata por el Valle de los Reyes, el Templo de la Reina Hatshepsut y el Coloso de Memnon.
ALGODÓN EGIPCIO
Saqqara es conocida por albergar la necrópolis de Menfis, pero yo tengo un recuerdo diferente del lugar: ahí pude visitar un enorme taller de manufactura artesanal de alfombras, y ver cómo se trabaja el reconocido algodón egipcio. Quedé sorprendida con la calidad de los tejidos en seda y algodón en el salón de exhibición, y me imaginaba lo increíble que quedarían algunas de ellas en mi casa en Santo Domingo.
No tuve que imaginarme demasiado: estas empresas tienen una infraestructura de manufactura y exportación bien organizada, y pude ordenar una alfombra ya hecha —que me llegó al día siguiente de retornar a casa— y otra a la medida. Imaginen ir recibiendo por WhatsApp imágenes del proceso de confección, viendo cómo el patrón cobra vida. ¡Estoy fascinada!
A COMER, PERO NO A BEBER
¡Cuánto disfruté los mezes! Me resultaba atractivo poder degustar especias, quesos, carnes y vegetales distintos cada vez que me sentaba a la mesa, y no hubo ninguno de ellos que me desagradara. ¿Y los postres con dátiles? No me hagan hablar.
Ahora, un consejo importante: muchos de nosotros estamos acostumbrados a comer con una copa de vino o un vaso de cerveza al lado. Por temas religiosos, eso es casi imposible en Egipto. Digo “casi” porque hay algunos hoteles y restaurantes, con público mayormente occidental, que tienen licencia para vender alcohol. Si van y saben que les va a hacer falta su copita, tengan eso en cuenta.
Al principio les dije que quedé sorprendida con la vista del país desde el avión, y que pensaba que todo iba a ser muy diferente a las experiencias que ya había vivido. Sin embargo, al descender uno se da cuenta de que son los mismos elementos que conforman nuestros paisajes, pero organizados de una manera diferente. Me explico: me resultó una experiencia casi mística ver esos contrastes, la forma de vestir de la gente, un idioma tan diferente al nuestro. Y sí, su filosofía de vida y sus referentes son diferentes. Sin embargo, cuando uno se acerca a ellos se da cuenta de que creen en los mismos principios básicos en los que creen todas las personas buenas de la humanidad. Uno termina sintiéndose enriquecido y miembro de una comunidad muy amplia y diversa. Y al final, ¿no es ese el propósito de todo viaje?
Fotos: Fuente externa