POR: Alejandro Santelises Haché
Al vivir en el frío Distrito de Columbia, mi novia y yo estábamos buscando una opción de escapada de playa en Estados Unidos, que no fuese Miami —para así conocer un lugar nuevo—. Un amigo nos recomendó Pacific Beach, en San Diego, con sus vistas tipo película californiana y su cultura surfista, y le hicimos caso: alquilamos un apartamento en la playa y un par de bicicletas, y nos dispusimos a conocer la ciudad.
Aunque no somos amantes de los zoológicos, decidimos visitar el San Diego Zoo, el repositorio animal más grande de Estados Unidos —en sus 40 hectáreas contiene cuatro mil ejemplares pertenecientes a 800 especies—. En realidad, nos llamó más la atención el lugar donde se encontraba: el zoológico está ubicado dentro de Balboa Park, un conglomerado que contiene más de 15 museos para visitar —incluyendo el de Historia Natural, donde vimos una película en IMAX sobre el recorrido que hacen las ballenas después de parir en aguas calientes—.
Pero el mejor espacio animal no lo encontré ahí en el Balboa Park, sino en La Jolla, una ciudad a 20 minutos al norte de San Diego. Decidimos pasear un poco por Prospect Street, una calle repleta de tiendas locales, y luego almorzar en Eddie V’s Prime Seafood. Desde ese restaurante vimos algo que nos llamó la atención: a lo lejos había una playa llena de focas que parecían estar felices y campantes tomando el sol, como buenas californianas. Tras almorzar —y agarrar de postre un helado orgánico de Bobboi Natural Gelato—, bajamos a descubrirlas, y nos reímos al ver que parecían estar acostumbradas a los visitantes humanos, pues vimos personas bañándose en el agua junto a ellas. Ahí, en La Jolla Cove, estos graciosos animales viven a su antojo, en un hábitat natural, y la presencia de los seres humanos no se siente como una intrusión forzada, sino como una cohabitación. Y para mí, esa ensenada definitivamente es uno de los mejores “zoológicos” que he visto.
Fotos: Alejandro Haché Santelises