POR: Maeno Gómez Casanova
Soy fanático de las piezas de Ralph Lauren, desde los polos hasta los pantalones y los bultos. Imagínense cuando me enteré, por un contacto familiar, que la marca tenía un bar en Nueva York. Casi me muero la primera vez que entré al Polo Bar, y casi que he muerto cada vez que vuelvo a la ciudad y lo visito por nueva vez.
Y de hecho, yo hago mi reservación en el bar hasta antes de comprar mi billete aéreo: primero, porque el sitio vive lleno y hay que planificarse un mes antes, y segundo… bueno, porque segundo, sin Polo Bar no hay Nueva York.
Ahora les explico la razón: este bar-restaurante es la marca Ralph Lauren en esteroides. Yo trabajo haciendo eventos, y me gusta que cada espacio o celebración tenga un lenguaje, y aquí están hablando el idioma del deporte sobre caballo: el maître d’ está vestido como jinete listo para dar un backhander, y camino al baño hay una colección de cascos y sillas. Aparte, han manejado un buen concepto de branding: todos los platos dicen THE POLO BAR, y los colores emblemáticos de la marca —azul marino, marrón y verde— están por todas partes. Ahí se respira Ralph Lauren de una forma cálida y orgánica.
Digo “cálida” y no es a lo loco: este es un lugar en donde no han metido mesas como un embutido, sino que se han dado el lujo de “desperdiciar” metros cuadrados para crear espacios distintos, relativamente privados, donde los comensales puedan relajarse.
Una vez supero todo ese ralphlaurenismo junto —cada vez que entro quedo sorprendido como si fuese la primera—, entonces comienzo mi ritual: trato de llegar una media hora antes de mi reservación de cena, y pido un negroni en el bar. Al bajar al sótano, donde está el restaurante, pido un vesper martini. De comida nada me despinta esa milanesa de ternera con ensalada de col rizada. Tampoco se salva el sandwich Ralph’s Corned Beef, con queso suizo derretido y ensalada de col. Si se dieron cuenta, el menú de cocina New American hace lo mismo que la marca de ropa: elevar con elegancia la esencia cultural estadounidense.
Pero mi favorito de favoritos es el postre: un helado de café con galletas de chocolate amargo, servido en una taza de cappuccino. Yo soy amante del verdadero oro negro, y no sé cómo lo logran, pero ahí dentro de la crema se siente la borra de café. Quizás sea el chocolate, pero yo quiero pensar que es magia.
Y ahora que lo pienso, lo mismo me pasa con el Polo Bar: quizás sea mercadeo o una estrategia de negocios de parte de la marca… pero yo quiero pensar que es la magia de poder crear una historia, un ambiente y una experiencia tan memorable e irreplicable entre cuatro paredes.
Fotos: Cortesía del Polo Bar