Senderismo en la Patagonia chilena

Angélica Grillo viajó junto a tres de sus amigas a la extremidad sur del globo, a conocer, paso por paso, las bellezas del paisaje montañoso austral

POR: Angélica Grillo

 

Hay algo liberador y relajante en el acto de hacer senderismo: está una en contacto directo con ambientes poco adulterados, en regiones donde muchas veces la naturaleza se la lució para combinar sus elementos. Tras haber recorrido pequeños trayectos de una jornada en California y Georgia, en Estados Unidos, me encontraba lista para un reto mayor. Así, en base a recomendaciones de allegados chilenos, tres amigas y yo nos aventuramos a descender casi al fin del mundo para visitar la Patagonia chilena.

Ahí, en el lugar donde se hunde la Cordillera de los Andes, han nacido a través de los siglos fiordos y canales, montañas y terrenos pétreos de una belleza incalculable. Tras un vuelo a Puerto Natales y dos autobuses locales, comenzamos nuestro recorrido en el Parque Nacional Torres del Paine, una zona preferida por muchos senderistas –al planificar nuestro viaje para finales de noviembre, temporada alta por ser casi verano austral, los omnibuses llegaban llenos de turistas europeos, suramericanos y norteamericanos; el Parque recibe unos 150,000 visitantes por año, en su mayoría extranjeros–.

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El plan era cubrir una distancia de 75 kilómetros en cuatro días, llevando a rastras nuestra comida, la ropa, las herramientas para acampar y los botiquines. La ruta nos haría subir y bajar caprichosamente, pero pronto nos dimos cuenta de que ella no iba a ser nuestro más grande reto: la Antártica chilena nos dio la bienvenida con una tormenta con vientos de hasta 90 kilómetros por hora. Y así repetíamos una rutina: nos agarrábamos a las piedras esperando que las ráfagas hicieran lo suyo durante cinco minutos, para entonces proseguir durante 15 minutos de tregua. Sin embargo, hubo un premio visual ese primer día: los macizos gigantes de granito que ha esculpido el hielo glacial con paciencia, y que dan el nombre al parque. ¡Esa vista me dejó sin aliento!

Tras acampar en una locación acompañadas de unas 20 tiendas más, con temperaturas deliciosas que no bajaban de los 15 grados Celsius, el segundo día proseguimos a Valle Francés, para observar un glaciar. Ahí, mientras descansaba con un libro en una de las cabañas disponibles, conocí la historia de muchos de mis compañeros de campamento: un alemán experto que nos dio una mano durante la tormenta; una brasileña de 28 años que luego de Torres del Paine iba a cruzar a la Patagonia argentina. Creo que las personas que hacen senderismo están unidas por el interés de las actividades deportivas que a la vez son culturales y comunitarias, y eso las hace ser muy amigables. El senderismo, después de todo, es una manera muy sana de pasar el tiempo: haces ejercicio, estás con tus amigos bromeando y cantando, disfrutas de la naturaleza, es relajante al no estar corriendo sino caminando a tu propio paso. No importa cuán pesado sea el bulto que lleves a tus espaldas, el senderismo acaba llenándote de buenas energías y aligerando esa carga.

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Así, el cuarto día rodeamos un lago, y en un pequeño muelle tomamos un barco que marcó el fin de nuestro trayecto. Al remembrar ese trayecto, la belleza del paisaje magallánico, de sus especies de zorros y lechuzas, de sus glaciares y montañas, hoy puede más que cualquier agotamiento que sentí en ese momento.

Fotos: Cortesía de Angélica Grillo