POR: Gloritzell Contreras
Camboya es un país precioso, pero con una historia complicada. En cinco mil años ese territorio en Indochina ha visto pasar el hinduísmo, el budismo, la monarquía jemer, el colonialismo europeo, una ocupación japonesa y, en la historia reciente, la lucha entre los invasores vietnamitas y el Khmer Rouge. Por ese conflicto humanitario, Camboya es una nación joven, muy joven, donde apenas un tres por ciento de la población supera los 65 años.
El guía que nos llevó a mi esposo y a mí por los templos de Angkor Wat nos contaba que esas luchas habían borrado de su árbol genealógico a sus padres y a sus abuelos.
Era difícil obviar esa información mientras veíamos las edificaciones, que están ahí, cerca de lo que hoy es Siem Reap, desde el siglo XII. Durante la etapa hinduísta del país, el complejo de templos fue dedicado al dios Vishnu. Tras invasiones y el abandono por parte de los jemeres, fue convertido en un centro budista, y así permanece hasta hoy. Esas piedras han visto pasar por su frente toda suerte de tristezas y felicidades, y siguen ahí, como la Puerta de Alcalá para los españoles. Una encima de la otra, los muros de estos templos aguantan el paso del tiempo estoicamente, sin que nada les impida vivir el presente y mirar firmes hacia el futuro.
Y así mismo viven los camboyanos hoy: a pesar de esa historia complicada y de haber sido afectados directamente por los conflictos bélicos, en este viaje mi esposo y yo pudimos comprobar que siguen adelante con alegría y esperanza, con una calidez y amabilidad que no vimos siquiera en otros países de la zona.
Por eso, para mí Angkor Wat es más que una colección de templos de belleza indescriptible… es la historia de Camboya y su gente.
Fotos: Gloritzell Contreras