Hay preguntas en la vida que merecen un «sí» automático. “¿Esa lechoza lleva Ka?” o “¿Suya, caballo?”, por ejemplo. Para mí, que tengo un cuadro de Ayrton Senna en la entrada de la casa, “¿Estarías interesada en ir al GP de Austin?” es una de ellas. Y más, claro, cuando se trata de una oferta de Johnnie Walker, el whisky oficial de Fórmula 1 y socio patrocinador de la escudería McLaren Mercedes*: DIAGEO es un monstruo comercial a nivel global que no escatima esfuerzos para brindar niveles altísimos de acceso en sus viajes promocionales.
Para ponerle la tapa al pomo está Austin misma como atractivo adicional: no solo es la sede del Circuito de las Américas, uno de los complejos más sobrecogedores de la nueva camada de locaciones de F1, sino que también, como ciudad universitaria progresista, es una de las joyas culinarias y artísticas del sur estadounidense.
En otras palabras, YO VINE A VER CARROS Y A COMER. ES CUANTO. Viene crónica.
POR: Rab Messina
* Esta pieza fue escrita durante la temporada 2014, cuando la McLaren todavía corría con motores Mercedes y Kevin Magnussen fungía como piloto. Hoy la escudería trabaja con motores Honda y el asiento del danés lleva el nombre de Fernando Alonso.
[JUEVES EN LA TARDE – AEROPUERTO JFK]
En este vuelo directo a Austin, con lleno total, la proporción entre hombres y mujeres es de 3:1, y la edad promedio de 35 años. La mayoría europeos, ataviados con la parafernalia obvia de los fanáticos de Fórmula 1. El resto, jóvenes barbudos con cerveza artesanal en las manos, porque alguien tiene que enarbolar la bandera hipster de Austin. Al abordar, el inglés que me queda delante le dice a nadie en particular: “Si no consigo nicotina rápido, voy a apuñalar a alguien”. Yo pensaba dormir en el vuelo. Mejor no.
[JUEVES EN LA NOCHE – AEROPUERTO AUSTIN-BERGSTROM]
Mi guía asignada por cortesía de Johnnie Walker parece una supermodelo, y para colmo es inglesa y se oye fina diciendo cualquier cosa. Iba a odiarla inmediatamente, pero es tan agradable y eficiente que desde ya siento el vacío que dejará en mi vida al no contar con una asistente británica una vez vuelva a RD. Nota mental: mi nueva prioridad de vida es tener una asistente británica.
[VIERNES EN LA MAÑANA – HOTEL HAMPTON INN]
Yo iba tranquila a desayunar como la gente normal, PERO OH QUÉ ES ESTO DAMON HILL ESTÁ A DOS MESAS DE MÍ MODO SEMI FANATIQUITA ACTIVADO.
*Hago contacto visual con Damon Hill*
*Damon Hill hace contacto visual conmigo y medio segundo después decide que su pan con queso es más interesante*
ME HA IGNORADO DAMON HILL. ESTE ES EL PUNTO ÁLGIDO DE MI SEMANA.
[VIERNES AL MEDIODÍA – CIRCUITO DE LAS AMÉRICAS]
Conozco a Alejandro Canó, ganador de la promo de Red Label para asistir al GP de Austin, y a su acompañante Samuel Pou, su amigo de la infancia. Me cuentan que la noche del jueves estuvieron por The House of Walker, un galpón convertido en una mini destilería con salones de degustación, y conocieron al piloto Jenson Button, de la McLaren Mercedes. Resumen de la actividad: “Estábamos bebiendo, todo bien, llega Jenson Button y ¡PRA! Le caen 200 mujeres encima”. La vida de un piloto exitoso de F1 es muy dura.
Hoy estamos viendo las prácticas desde un monumento al confort y la eficiencia, el Main Grandstand. Traducción: delante mío están las marquesinas de todas las escuderías, y se siente rarísimo el finalmente ver en persona los MP4-29 saliendo de sus cubiles, o casi oler el humito de las gomas de Rosberg y Hamilton pisándose los talones. Desde acá también se ve la boca de Daniel Ricciardo, pero esa dentadura se distingue clarita desde Google Maps, así que no es una referencia justa.
Hablando de cosas enormes, es hora de discutir el tamaño del Circuito de las Américas. Todo es más grande en Texas, reza la frase, pero los tejanos se entregaron: mi Moneypenny me dice que, de todos los circuitos que ha visitado trabajando con Johnnie Walker, el COTA se destaca por su majestuosidad. Este complejo faraónico, con todo y torre de observación de 77 metros de altura y una plaza con anfiteatro, tiendas de mercancía oficial y espacio para —¿qué más?— camiones de comida, fue inaugurado en 2012. Se nota que fue diseñado con la F1 en mente: es posible ver la pista, de unos cinco kilómetros y medio, desde casi cualquier punto gracias al rejuego de una colina, que inicia en la elevadísima Curva Uno. Corre a contrarreloj, y con tantos giros a la izquierda en vez de a la derecha, castiga más que de costumbre los pescuezos de los pilotos. Masoquistas al fin, ellos adoran este circuito.
[VIERNES EN LA TARDE – LADO ESTE DE AUSTIN]
La comida tex-mex de Austin es legendaria, y la cultura de los camiones de comida está arraigada a nivel de ya ser parte del paisaje. Yo no lo supero. De los camiones de esta ciudad salen quesadillas sincronizadas con queso oaxaca y aguacate. Sale poutine cajun y salen arepas colombianas. Déjenme si estoy llorando. Ni un consuelo estoy buscando. Quiero estar sola con mi camión.
Tras pasar por una panadería con una mesa de ping pong al aire libre, y artillarnos en un puesto de batidas orgánicas en Juju Juice—caminar sin un vaso de kombucha de hibisco o de una bomba de leche de almendras, guineo, hojas de coca y chispas de chocolate es impensable en esta ciudad— caemos en Farewell Books, una librería de tomos artísticos con galería fotográfica con tienda de ropa vintage con cafecito. Es Halloween, y la dueña está disfrazada de la artista japonesa Yayoi Kusama. Le enseño unas fotos que llevo en el celular de cuando visité una expo de Kusama en el Centro Cultural Banco de Brasil de Río. Ella sonríe emocionada, decide que soy su nueva mejor amiga y me deja tomarle una foto, con todo y pose de “actúa normalch”.
Austin, nunca cambies.
[VIERNES EN LA NOCHE – SEXTA CON SAN JACINTO]
Nuestra mesa en el restaurante Parkside, un bastión de la cocina fusión en el centro de la ciudad, queda en una esquina, y las paredes exteriores son de vidrio. La Calle Sexta es el epicentro de Halloween, y nos damos cuenta de que, para variar, tenemos excelentes asientos y una vista incomparable de toda la acción.
A los pocos minutos de sentarme veo un casco amarillo con un enterizo rojo por la esquina del ojo. Sin pensarlo dos veces, corro fuera del restaurante y salgo a la calle a tomarle una foto. Le pregunto que dónde consiguió esa réplica del casco de Senna. Su novia, a su lado vestida de chica de marquesina de F1, se lo hizo a la medida como regalo. Que no cambies, Austin.
Estoy demasiado ocupada con las ostras, con el tuétano en su hueso, con el pato con lentejas y toronja y los macaroni caseros con gruyère para darme cuenta de que Simon Le Bon acaba de entrar al restaurante. Duran Duran va a tocar al día siguiente en el Fan Fest, un festival de música en vivo y activaciones paralelas al Gran Premio que tendrá lugar entre el viernes y el domingo en el centro de Austin. El viernes subirían a tarima, entre muchos, Devotchka y una banda tributo a Selena. Aaaaay, cómo me duele, pero las cosas estaban demasiado agradables en la terraza del HandleBar, un bar casualmente casual, como para dejar la zona. Entre los cócteles, los Guardianes de la Galaxia, los Vengadores, los perfiles andantes de Tinder y Grindr, unas pobres almas que no fueron brincadas cuando chiquitas encaramadas en un columpio, mashups de Oasis, Iggy Azaleia y Kanye West, esta noche la Austin joven nos enseña su mejor cara.
El asesino de Scream me acaba de agarrar la nalga izquierda. Debí ir a lo de Selena.
[SÁBADO POR LA TARDE – CIRCUITO DE LAS AMÉRICAS]
Estamos a poca distancia de México, y se nota: los chilangos están reafirmando su papel como potencia latinoamericana con el anuncio de que en 2015 volverán a ser sede de un GP; mientras tanto, practican aquí, ondeando sus banderas por Checo Pérez. A juzgar por la cantidad de idiomas y acentos que escucho, cada piloto y cada escudería atrajo una representación nacional digna en las gradas.
Del otro lado de las gradas también hay fanáticos: están Keanu Reeves, Geri Halliwell, Matt LeBlanc y Tony Parker marquesineando, pero Niki Lauda los opaca a todos. Veo a Jenson Button con su casco rosado, un color dedicado a las camisas asalmonadas de su fenecido padre, y recuerdo que en mi habitación de hotel tengo una réplica a escala del que usó en 2013, con todo y autógrafo —les dije que la inglesa era una tranca—. También tengo una gorra de la McLaren firmada por Jenson y Kevin Magnussen, el novato danés que está arrancando extensiones con su estilo agresivo pero táctico, con sus ojos puestos en un título mundial en el futuro no muy lejano.
Después de la esperada batalla Hamilton-Rosberg para el 1-2 de las clasificatorias, el príncipe Nico queda en pole. Sale de su auto y saluda a la prensa y al público, quienes aplauden su hazaña, mientras Lewis hace poco por esconder el truñito del segundo lugar. Rosberg se quita el casco y el pasamontañas, se pasa la mano por la cabellera rubia y en cámara lenta da pelo, pelo, pelo. El mundo es la pasarela de Nico Rosberg, y nosotros vivimos en ella.
[SÁBADO POR LA NOCHE – HOTEL HILTON]
Kevin Magnussen, quien clasificó en octavo lugar justo detrás de su compañero de equipo, se nos une en un salón del hotel para un meet-and-greet. Tímido pero atento, con una cara tersa que no disfraza sus 22 años, responde nuestras preguntas con una sonrisa: hay menciones de la corrida de Singapur, cuando tuvo que competir con un desperfecto en su asiento; de la pista de Suzuka, con sus espectaculares curvas rápidas; de cuando su padre lo sentó en su primer carrito a los dos años, de ser una de las caras de la nueva Dinamarca, de la euforia que sintió cuando la McLaren le permitió entrar al MP4/4 de Senna.
Me está cayendo bien.
“Tengo un metabolismo muy rápido, y por eso puedo comer mucho sin tener que hacer tanto ejercicio para mantener un peso de carrera”.
Me cae mal el danés ese.
[SÁBADO POR LA NOCHE – EL BULEVAR SAN JACINTO]
Decido caminar de vuelta a mi hotel —aparte de ver carros, también vine a pasear bajo un clima clemente—, y me acompaña la ejecutiva de comunicaciones para Johnnie Walker en la McLaren. También danesa, todavía se sorprende al ver la calidísima recepción que tiene Kevin en casa. Para un país tan pequeño, con Mads Mikkelsen y las series televisivas noir como mayores representantes pop, el piloto danés que más puntaje ha acumulado en una temporada de F1 es lo más cercano a un superhéroe que tienen.
Es algo inesperado que Magnussen, Jenson Button y Mika Häkkinen, partícipes actuales y pasados de una de las actividades más frenéticas del mundo, sean también la cara de la moderación para una marca de whisky. Es también una estrategia bastante inteligente: mantenga el extintor cerca del fuego, sobre todo cuando al fuego lo ven por TV e internet unos 500 millones de personas.
Es un juego interesante al que juega Johnnie Walker: el alcohol, en dosis moderadas, es un lubricante social por excelencia, una herramienta para la fraternidad y una actividad de disfrute multisensorial; sin embargo, en demasía o unido a un motor de combustión interna puede traer consecuencias graves. Al colocar un mensaje de responsabilidad en el consumo en boca de íconos del automovilismo que fácilmente podrían irse por el camino del exceso, la acción se hace más digerible a nivel terrenal: si Häkkinen o Button, quienes pueden sacarle el jugo a un carro 700 veces más que el común de los mortales, disfrutan de su bebida y luego ceden el volante a un conductor designado, nos debemos a nosotros mismos el dejar el ego a un lado y poder ejercitar el autocontrol de manera similar. Esa, en resumidas palabras, es la visión de la campaña de responsabilidad social empresarial Únete al Pacto: Si bebes, no manejes, que United Brands y DIAGEO promueven en República Dominicana desde 2013, junto a la Defensa Civil y la AMET. Alrededor del mundo, el programa ya ha logrado un millón de firmas, con una meta de cinco millones de promesas en los próximos cuatro años.
Algo me dice que el encargado de RSE en Johnnie Walker respiró tranquilo cuando Kimi Räikkönen salió de la McLaren en 2006.
[DOMINGO POR LA MAÑANA – GARAJE DE LA MCLAREN MERCEDES]
Voy a marquesinear. Voy a marquesinear. Paso el control de seguridad. Estoy marquesineando. Ya entiendo muy bien por qué mis guías llevan el lema de campaña STEP INSIDE THE CIRCUIT cosidos a sus camisas.
Frente a cada marquesina, cada equipo tiene una casita donde descansan los pilotos, los ingenieros y sus invitados especiales. A lo lejos hay dos casitas vacías: por falta de fondos, los equipos Marussia y Caterham no pudieron continuar la temporada. Es un recordatorio de que la Fórmula 1 es un deporte irrisoriamente caro: para un equipo pequeño, el costo por temporada, que se va entre motores, logística de transporte, salarios y desarrollo tecnológico, puede ascender a los 50 millones de dólares; para uno de alta categoría, como la escudería McLaren Mercedes, la cifra supera los 200 millones.
Dentro del garaje del legendario equipo inglés, cada ingeniero tiene un casillero con su nombre grabado para sus respectivos audífonos, tipo estrellas del Bernabeu. Estos ingenieros también parecen atletas —me dicen que tienen estipulado por contrato unas tres sesiones de ejercicio físico intenso por semana, para poder responder adecuadamente a las exigencias de fuerza y tiempo de respuesta que requieren las velocísimas paradas en los boxes—. No se inmutan cuando pasa cerca Gordon Ramsay, quien increíblemente no anda gritándole a todo el vivo a dos metros a la redonda —“la empresa de Ramsay hace el catering para el equipo, y no te lo vas a creer, pero el tipo es buenísima gente”, me explica el gerente senior de socios patrocinadores—. Tampoco se inmutan cuando Sir Jackie Stewart se para al frente, con su traje a cuadros escoceses.
Yo tampoco. Hasta el momento, todas las celebridades que había visto en persona me habían parecido personas ordinarias con trabajos extraordinarios. Loables, pero humanos al fin. Yo vine desde RD con un sueño de fanatiquita, sin embargo: conocer a Ron Dennis. “Conocer” es una exageración: sabía que de respirar el mismo aire que el segundo hombre con más tigueraje en todo el deporte —detrás de Bernie Ecclestone, claro— me iba a entrar un ataque de estupidez.
“¿Entonces no llegaste a ver a Ron Dennis?”, me pregunta la dueña de mi agenda a la salida del paddock, al sentir mi combinación de tristeza infantil y alivio por la barrabasada evitada. “Qué pena. Seguro está sentado por ahí, siendo importante”, me dice, haciendo uso del mítico humor que viene de fábrica junto al pasaporte del Reino Unido.
[DOMINGO POR LA TARDE – MAIN GRANDSTAND]
Un estudio en contrastes: tras la actuación de la banda de marcha de la Universidad de Texas en Austin —esta ciudad no pierde su corazón pueblerino y atávico—, se colocan en la pista un grupo de fogosas representaciones del avance humano, esos pequeños cohetes terrenales que tantos sueños masculinos generan. Me refiero a Pamela Anderson y Lolo Jones, pero también habían 18 carros de Fórmula 1 sobre el asfalto.
A esto fue que vinimos: a olvidar el cambio de V8 a V6 y colocarnos los tapones en los oídos en anticipación al sonido de los motores a unos cuantos metros de distancia, tapones que no pueden contra el descomunal estruendo del grito colectivo de una arquibancada que tras 25 vueltas finalmente ve a Hamilton rebasando a Rosberg; a reír como niños con el juego de quítate-tú-pa-ponerme-yo a más de 150 kilómetros por hora que tenían Alonso, Button, Vettel y Magnussen en la recta central; a aplaudir sin reservas con el bailecito de celebración de Hamilton y su guía justo antes de ver el banderazo; a contagiarnos de la sonrisa en el podio que mostró Ricciardo, el rey de las recuperaciones, las sorpresas y las patillas.
Hay una energía indescriptible en el Circuito de Las Américas. No sé cuántos estamos acá hoy; este recinto tiene capacidad para 120,000 personas, y según reportes del Circuito, se computaron unas 237,000 entradas el fin de semana. Sin embargo, entre tantas banderas, idiomas y amigos instantáneos, todos unidos por la pasión de las gomas, el asfalto y la gasolina, se siente como si el mundo entero estuviese en Austin en este momento. Qué pumpli.
[LUNES – TODO EL DÍA EN TODO MOMENTO EN TODO LUGAR]
Tras la euforia del domingo, mi lunes es una nube amorfa de pasos recorridos entre la East Cesar Chavez y la South Congress en busca de tacos de desayuno rellenos de chorizo y cactus, de agua de jamaica, de okonomiyaki con yema aguada, tonkatsu y sriracha, de café frío al estilo vietnamita, de helado de tocineta, de banh mi de cerdo, de mochi congelado.
METABOLISMO DE KEVIN MAGNUSSEN, VEN A VER LO QUE TENGO PARA TI.
[MARTES – AEROPUERTO AUSTIN-BERGSTROM]
En la autopista voy despidiéndome mentalmente de las granjas de bueyes Longhorn, de tiendas con nombres como Juan In a Million y de un cielo con un gris acumulado, tras haberse aguantado hasta el lunes para poder brindarnos su mejor tono de azul durante el fin de semana.
Hasta luego, Austin. Mientras el avión deja la ciudad, desde mi asiento de ventana me doy cuenta de que justo al lado del aeropuerto se encuentra el Circuito de Las Américas. A la distancia reconozco la torre de observación, la fuente del Grand Plaza, los asientos del Main Grandstand, la primera curva empinada. Se ve todo tan pequeño, tan tranquilo, tan silencioso y pacífico, que nadie adivinaría que hace poco el mundo entero cabía ahí.
Fotos: Rab Messina | Fotos de la pista y los pilotos: Cortesía de DIAGEO