En Manhattan es casi posible tirar una piedra y darle a 20 restaurantes italianos. Sin embargo, uno de ellos definitivamente se destaca entre el montón: Felidia, la central gastronómica de la chef Lidia Bastianich.
Nuestra presidenta lo descubrió en una visita reciente a Nueva York, gracias a la invitación de dos amigos para cenar juntos.
¿La primera impresión en el paladar? El tartar de atún, con salmón y branzino como compañeros, se derrite en la boca. ¿Y luego, los pappardelle de espinaca con hongos y pato del Valle de Hudson? Un aplauso. ¿Las costillas de ternera con salsa ossobuco y un poco de tuétano? Espectacular. ¿Las candele con salsa picante? Exquisitas. Aparte, como tenían trufas, nos las ofrecieron para colocarle a algunos de los platos que habían pedido. Y además se dieron cuenta de que la carta de vino, con selecciones italianas para descubrir, se había llevado varios galardones de Wine Spectator.
Desde su apertura en 1981, el New York Times le ha dado tres estrellas y ha recibido una nominación de la Fundación James Beard… y sin embargo, se siente como un secreto bien guardado. El restaurante es la modestia hecha sitio: la decoración es comedida, sin demasiados guiños temáticos a la gastronomía italiana. Pero esa es parte de la gracia de Felidia: es un lugar donde lo que importa es la comida y la compañía. De hecho, nuestra presidenta se sorprendió al darse cuenta de que en ningún momento los camareros interrumpieron al grupo durante una conversación, sino que les dejaron extenderse a su gusto —algo que no sucede en muchos restaurantes, que sufren el síndrome del camarero helicóptero—.
Pero esto tiene su razón de ser, y fuera de la comida hecha con ingredientes de temporada, puede que sea el secreto del éxito de Felidia: no por nada el lema de su propietaria es “Tutti a tavola a mangiare!”, que traduicdo al español sería “todos en la mesa a comer”. ¿Por qué? Porque disfrutar de la comida, junto a los “todos” de una buena compañía, es lo más importante para ella—.
Foto: Felidia