«El libro era mejor», repiten, a veces con exageración, los literatos que ven adaptaciones de sus novelas favoritas para el cine. En el caso de One Day, la novela de David Nicholls llevada a la pantalla por Lone Scherfig, la exageración es poca: la película no fue bien recibida por la crítica, y el libro le superaba con creces.
Nicholls toca la historia día tras día, literalmente: Emma y Dexter se ven por primera vez en la universidad de Edimburgo y luego se reúnen cada 15 de julio –el aniversario del día en que se conocieron– durante 20 años, con cada jornada detallada en la novela. Tras escalar una colina y ahí compartir en voz alta su deseo de ser exitosos a los 40, parten por separado hacia la capital inglesa. Ahí, en Londres, los personajes nos llevan a la belleza cotidiana de los pubs, a los restaurantes étnicos, a las callecitas que se recorren en bicicleta, a los bastidores de los estudios de televisión, a las respuestas rápidas del famoso humor inglés, pero también a la destrucción que ocasiona la soledad, a los deseos de juventud no cumplidos, a los sacrificios de la adultez.
Ese humor, esa química, esa intimidad que Nicholls detalla con tanto cariño, uniendo al par aun siendo solo amigos –y más aun cuando se convierten en pareja–, se pierde en las caracterizaciones de Jim Sturgess y Anne Hathaway, así como también se pierde la ciudad, con muchos ambientes quedando fuera del foco emocional –a pesar de contar con joyitas de fotografía y dirección de arte–. Es en la novela, en voz de un autor tan locuaz y ocurrente como Nicholls, que los detalles íntimos de Dexter, de Emma, de Edimburgo y de Londres saltan de la página y hacen a cualquiera consultar el precio de los pasajes a las Islas Británicas.
Sí, el libro fue mejor.
Foto: Vía Focus Features