POR: Odette Cabrera
¿Por qué Japón para una luna de miel? De novios, tanto Roberto como yo teníamos al país de los cerezos en nuestras listas como un viaje especial a realizar. Tras considerar inicialmente a Bora-Bora como un destino, nos decidimos por una visita de 10 días a Tokio, Kioto y Osaka, más que nada convencidos por todo el valor cultural del país.
Tomamos la decisión correcta. Al llegar a la capital, vimos una y otra vez una de las manifestaciones más tangibles de la mítica educación del tokiota: no salíamos del asombro al ver cómo una ciudad tan grande, con sus 13 millones de habitantes, era a la vez tan limpia… ¡y sin zafacones! Como una estrategia para evitar ataques terroristas, la cuidad eliminó sus zafacones públicos, y aun así los habitantes de la ciudad se las apañan, guardando la basura callejera dentro de sus carteras y bultos, en bolsitas especialmente designadas para ese fin. Aparte de caminar con este respeto a la limpieza, también caminan con respeto al compañero peatón: para nosotros, que estábamos acostumbrados al caos de los transeúntes de Nueva York, nos sorprendió la manera tan organizada, casi robótica, en la cual los tokiotas respetaban la dirección de su “carril” a pie.
Pero hubo un momento en donde ese orden y toda esa ecuanimidad se fue a pique: durante una visita al espectacular templo de Meiji, ubicado en un bosque en el vecindario de Shibuya, nuestra guía japonesa pegó un grito para nosotros incomprensible, mientras se hincaba en el suelo frente a Roberto y a mí. Me explico: en ese hermoso templo sintoísta, con enormes portones que purifican a quien pasa debajo de ellos y un respeto manifiesto por la naturaleza, hay un ritual que revela la suerte del visitante. De una urna cerrada hay cientos de posibilidades para escoger en forma de un texto sobre papel: de tener mala suerte, la misma se expulsa colocando el papelito en el tronco de un árbol, simulando una hoja; de tener buena suerte, ese mismo papelito debe doblarse y llevarse consigo en la cartera o monedero. Y de ahí las manifestaciones casi enloquecidas de nuestra guía: nos explicó que nos había tocado la mejor de las suertes posibles, una que nos auguraba gran felicidad y prosperidad como pareja.
Hoy, sin importar dónde esté, todavía guardo ese papelito en mi monedero, no solo como amuleto, sino como recordatorio de las lecciones que me dejó una de las naciones más educadas y respetuosas que he conocido.
Fotos: Cortesía de Odette Cabrera