POR: Ana Santelises de Latour
Hace unas semanas estaba en Oporto por temas de trabajo, acompañada de nuestra gerente senior de operaciones y nuestros respectivos esposos. Quizá viendo que veníamos del Caribe, una tarde nuestro taxista nos sugirió visitar la playa de Matosinhos, una ciudad cercana, a unos 10 minutos de donde estábamos.
Su sugerencia fue que viéramos el atardecer en la playa, donde nos dejó, y que luego retornáramos caminando por la Heróis de França, una calle llena de restaurancitos.
El litoral portugués no es tan accidentado como el nuestro, y las playas del Atlántico terminan siendo enormes —y esta no es la excepción—. Para los habitantes de Oporto, Matosinhos es como Boca Chica para los capitaleños: no es la playa más hermosa de la media isla, pero sí la más cercana. Sin embargo, aun con el frío de la primavera en sus buenas pude disfrutar de su arena —me quité los zapatos como una niña, para caminar mejor— y el atardecer desde ese punto fue impresionante.
Seguimos confiando en el consejo de nuestro taxista y en la Heróis de França nos encontramos con S. Valentim, una de sus recomendaciones para cenar. Miren: si no nos lo hubiera recomendado, creo que no hubiésemos entrado, porque el lugar no nos llamó la atención. Sin embargo, confiamos, y valió la pena: el pescado estaba excelente. Aparte, tienen toda una tradición con el crème brûlée, que conlleva una preparación rústica sobre la mesa con una piedra caliente. Ese fue, sin dudas, uno de las mejores versiones del postre que hemos probado.
Cuando vuelvo a ver esas fotos de Matosinhos recuerdo que, después de todo, para eso viajamos: para salir de nuestra zona de confort, para dejarnos sorprender y para disfrutar el momento sin importar la primera impresión que tengamos de los lugares que visitamos.
Fotos: Cortesía de Ana Santelises de Latour
Excelente articulo. Bellas imagenes. Da deseos de estar ahi. Enhorabuena! Gracias por compartir la experiencia.