POR: Ana Santelises de Latour
Burdeos, ubicada en la región de Aquitania, es la quinta ciudad más grande de Francia. ¿Su carta de presentación mundial? Sus viñedos —en francés, la ciudad se llama Bordeaux, un nombre que ya habrán visto en cientos de botellas—. Mi esposo y yo hemos explorado las opciones de turismo enológico del Valle de Napa, y esta vez, en un viaje a París, quisimos conocer la contraparte francesa.
Como la ciudad se encuentra apenas a 500 kilómetros de distancia de la capital, decidimos planificar una escapada de dos días.
Lo primero: cómo llegar. Air France tiene vuelos directos desde el Charles de Gaulle al Bordeaux-Mérignac, que toman poco más de una hora. Otra opción es tomar el TGV desde la estación Montparnasse hasta la Bordeaux-Saint-Jean, que toma unas dos horas.
Segundo: dónde alojarse. Gracias a nuestra alianza exclusiva con la red premium Signature, nos quedamos en uno de sus hoteles recomendados, el InterContinental Bourdeaux Le Grand —que hasta tiene un restaurante michelinado de Gordon Ramsay, Le Pressoir d’Argent, y una azotea muy concurrida para el aperitivo—. Como parte de sus beneficios, obtuvimos una mejora de habitación gratuita, a una suite junior, y fuimos recibidos con una botella de vino local. El hotel está perfectamente ubicado en el centro de la ciudad —de hecho, cuando vi el mapa, me di cuenta de que si se trazaban dos lineas diagonales sobre Burdeos para buscar el punto medio, ahí mismo estaría colocado el hotel—.
Tercero: ¿Dónde ir? Otra ventaja de Signature es que nos conecta con expertos locales en cada destino, quienes preparan un itinerario a la medida para los viajeros. Nuestra guía experta nos pasó a buscar al aeropuerto y junto a ella pasamos por varias bodegas y conocimos parte de la gastronomía local. Aquí les dejo con algunas de mis experiencias favoritas de nuestra visita.
[1] LAS BODEGAS DEL MÉDOC
En Estados Unidos la sangre del comercio corre por las venas, y por eso en la región de Napa es posible visitar viñedos sin reservación previa, para hacer catas. Es normal ver personas haciendo pequeñas giras en sus vehículos de viñedo en viñedo, como si se tratara de un poco de bar-hopping.
En Burdeos, a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César: no se puede entrar como Pierre por su casa a las bodegas —que aquí llaman châteaux— para hacer catas, sino que se deben realizar reservaciones meses antes para hacer las visitas guiadas, para no interrumpir el proceso diario del viñedo. Esto también se debe a que para poder hacer las catas la ley francesa les pide una licencia de bar. Es interesante presenciar esa visión tan fiel al terruño: ellos están ahí para hacer vino, enfocados en la vid y en la cosecha, y no tanto en el turismo. Pero con cientos de años de experiencia, ellos sabrán por qué lo hacen: las nueve mil bodegas alrededor del río Garona producen más de 700 millones de botellas al año —y eso de traduce a un volumen de ventas de más de 14,000 millones de euros—.
Uno de los châteaux que visitamos fue el Lafon-Rochet, con una historia que inicia en el siglo XVII, y que hoy es parte de la clasificación de los Grand Crus du Médoc. Su viñedo está poblado de cabernet sauvignon, merlot y petit verdot. También pudimos visitar el Lagrange, el más grande de la zona.
Sin embargo, nuestro favorito, por razones que quizás nada tienen que ver con los excelentes tintos que producen —su grand vin es el cabernet sauvignon-merlot más caro de la región—, fue el Château Latour. Si se fijan en mi firma arriba, ese es el apellido de mi esposo. Con la foto de “prueba”, ¿quién nos dice que no tenemos un castillo en Francia?
[2] HUÎTRES!
Me encantan, amo, adoro las ostras. Afortunadamente para mí, la Bahía de Arcachón es también una de las mayores productoras del molusco en el país. Pudimos probar la ostra local en La Boîte à Huîtres, una brasserie ubicada en el centro de la ciudad. ¡Muy recomendada!
Otra de nuestras experiencias gastronómicas favoritas se dio durante el paseo por el Médoc, cuando nuestra guía nos llevó a Le Saint-Julien, un restaurante regenteado por una pareja de esposos. Llegamos, y ambos nos recibieron con besos y abrazos, como si nos hubiésemos conocido de toda la vida —y todavía me queda el recuerdo de los deliciosos ravioli con foie gras y trufas que probé en su mesa—.
[3] CON RON Y VAINILLA
En el centro de la ciudad hay varias atracciones, desde un espejo de agua muy fotogénico en la Place de la Bourse hasta una ópera y una basílica gótica. Sin embargo, para la gente que como yo viaja con el estómago, una de las atracciones principales del centro son las reposterías que venden el canelé.
Ese postre típico de Burdeos, caramelizado por fuera y suave por dentro, se hace principalmente con yemas, ron y vainilla. Por su sabor, se puede maridar con un vino tinto… y esa combinación es casi como una vuelta al origen de la receta: localmente dicen que el postre surgió en el siglo XVIII, cuando los viñedos donaban a los conventos de la zona las yemas que sobraban tras utilizar la clara del huevo para clarificar sus vinos.
De entre todas las pâtisseries disponibles, a mi esposo y a mí nos llamó la atención la Sabouret, que aparte de la versión tradicional los vende también en variedades como limón, pistacho y chocolate. Seguramente, como nosotros, se van a antojar de llevarse una cajita de canelés a casa.
Conclusión: Burdeos es una ciudad que va a un ritmo mucho más lento que el parisino, y esa es parte de su belleza. Si les apasiona el turismo enológico o el gastronómico, asígnenle dos o tres días, pues definitivamente es un punto recomendado en Francia. Si se animan a hacer una visita o quieren conocer más sobre los servicios personalizados de Signature, ¡no duden en contactarme aquí en Viajes Alkasa!
Fotos: Ana Santelises de Latour