Cada quien va a un resort todo incluido por razones diferentes. Para mí, hay algo en ellos que no tiene precio: la posibilidad de desconectarse del funcionamiento del mundo normal. Durante todo un fin de semana no hay necesidad de andar con cédula, ni con billetera, ni con las llaves del carro, ni con celular para resolver. Uno se siente como un rey.
Sin embargo, en pocos hoteles premium en República Dominicana había sentido tanta atención al detalle en el servicio como en el Iberostar Grand Hotel Bávaro. Ahí me sentí como Felipe, Isabel y Carlomagno juntos. Pero, ¿a qué me refiero al fijarme en el servicio? Aquí comparto con ustedes cinco razones.
POR: Pedro Contreras
[1] LOS DETALLES DE TERMINACIÓN
Para mí el verdadero lujo no está en la suntuosidad de los materiales decorativos, sino en la atención que se le pone a la terminación de una edificación para asegurar el confort de las personas que lo van a utilizar. Miren, por ejemplo, lo que le sucedió a mi esposa: ella evita las habitaciones en un primer piso, porque el sonido de las maletas de los huéspedes haciendo check-out le corta el sueño. A mí, sin embargo, me gusta poder llegar a mi habitación rápidamente, así que ella me complació y acordamos estar en el primer piso.
Pero los empleados del hotel nos dijeron que no debíamos preocuparnos por el ruido. De todos los resorts donde hemos estado, este es el primero donde notamos que colocaron alfombra en los pasillos, de modo que no se oigan ni los pasos de las personas, mucho menos las maletas.
[2] UN EQUIPO INCANSABLE
En el Grand Hotel Bávaro se le asigna un conserje a cada huésped. El nuestro nos sacó de un problema logístico: queríamos cenar en un restaurante de carnes, pero solo se podía entrar con reserva y ya estaban agotadas durante nuestra estadía. No sabemos cómo lo hizo, pero logró conseguirnos una mesa para dos con poquísimo tiempo de antelación.
El día de la reservación no dábamos con el restaurante, y le preguntamos a un bartender, que dejó todo lo que estaba haciendo para llevarnos personalmente donde un encargado que pudiera indicarnos la ubicación.
En otra ocasión me pasó que fui a un restaurante con un antojo particular: un filete de costilla, tres cuartos, a la parrilla. Lamentablemente, no estaba en el menú. Sin embargo, se lo comenté al camarero, y el mismo chef salió de la cocina para servirme personalmente este ítem fuera del menú. Todo el staff se las había ingeniado para complacerme.
[3] NADA PESA… NI EL AIRE
Mi esposa y yo habíamos llevado un salvavidas inflable con un diseño gracioso, porque no hay que perder la infancia interna. El primer día que lo sacamos a la piscina le pedimos al equipo una bomba para inflarlo, pero ellos nos sorprendieron: no solo lo inflaron para nosotros, sino que, para evitar que ocupara espacio en nuestra habitación o que tuviéramos que estar pendientes de inflarlo al día siguiente, nos lo guardaron para el segundo día. A nuestra salida, nos lo entregaron ya desinflado. ¿Ven a lo que me refiero? ¡Son increíbles!
[4] UN OJO SOBRE CADA HUÉSPED
Durante el show nocturno la primera noche escuchamos la música en vivo de una orquesta de música tropical. No sé cómo lo hizo, pero el maestro de la banda se dio cuenta de que yo estaba moviendo las manos por instinto en mi mesa, al ritmo de la música, e intuyó que yo tocaba la percusión. Para no cansarles el cuento: me invitó a subir a tarima a tocar un merengue con ellos, y el segundo día también tuvo el mismo detalle. De entre tantas personas hospedadas, recordó mi cara y mi hobby. ¡Cuánta atención!
[5] CORTESÍA A LA ENÉSIMA POTENCIA
Primer ejemplo: el último día estaba esperando mi turno para hacer el check-out, alejado un poco hacia el pasillo para darle espacio a los huéspedes haciendo su salida. Dos empleados, que nada tenían que ver con el counter, me preguntaron si todo estaba bien o si necesitaba algo.
Segundo ejemplo: el estacionamiento de los vehículos está cerca del lobby, a pocos metros, tan cerca como la marquesina de la puerta de mi apartamento en mi propio hogar. Y sin embargo, el maletero insistió en llevarnos en carrito hasta nuestro vehículo. Eso me recordó la amable e inmediata disposición que tenían todos los conductores para llevarnos a la discoteca en la noche —queda en el complejo Iberostar, pero no directamente en el hotel— y retornarnos al hotel una vez terminado el show.
Todo eso me hizo confirmar que en el Iberostar Grand Hotel Bávaro tienen la cultura de no dejar que un huésped se sienta incómodo o desatendido ni por un minuto. Ahí, como en un hotel realmente premium, el servicio extraordinario no pesa ni es una excepción. Por eso, todavía le estoy agradecido a todos los empleados por habernos regalado, con sus detalles, un fin de semana de aniversario donde nos sentimos por las nubes, sin absolutamente ninguna preocupación en la cabeza. ¡Gracias de nuevo!
Fotos: Pedro Contreras