POR: Angélica Grillo
Como muchas personas, yo tenía en mi lista de deseos de viaje poder ver el Taj Mahal en vivo. Había algo que me llamaba la atención sobre monumento, y no solo arquitectónicamente —en el siglo XVII, cuando fue construido, habían influencias persas, islámicas y turcas en el país, que se vieron reflejadas en los detalles del palacio—. Ese monumento habla, como canta Jorge Ben Jor, de “la más linda historia: el amor del príncipe Shah Jahan por la princesa del Mahal”. En otras palabras: este complejo de edificios es, básicamente, una carta de amor escrita con mármol de Makrana.
Por eso, en un viaje reciente a La India, mi amiga Mariana y yo planificamos una parada en Agra exclusivamente para visitarlo.
Nuestro guía privado, que nos condujo por la zona en un vehículo, nos pidió estar listas lo más temprano posible, para evitar la muchedumbre. Estuvimos ahí un par de horas después de la apertura, a eso de las ocho de la mañana, y valió la pena poner el despertador: con cada minuto que pasa, el complejo va llenándose de un hormigueo de visitantes —el lugar, de hecho, recibe unos ocho millones de turistas al año—. Nosotras estábamos alojadas en un hotel a cierta distancia, pero les voy a dejar con un consejo si quieren poder entrar mucho antes y así evitar aglomeraciones: el hotel Oberoi Amarvilas, que tiene vista directa al monumento, es el único con acuerdo especial de transporte directo hasta una de las entradas.
Y bueno, por más que había visto fotos del complejo, llegar ahí es otra cosa. Mientras me aproximaba a la entrada, buscaba como loca el mausoleo, sin poder encontrarlo. Al pasar por uno de los portones, desde donde finalmente se ve, me di cuenta de que esos edificios están prolijamente diseñados y ubicados para lograr la misma reacción que sacaron en mí: impresionar de golpe.
El Taj Mahal es espectacular, y con razón: el emperador sunita Shah Jahan quería hacer una morada terrenal digna de la memoria de su esposa favorita, Mumtaz Majal, que había muerto en su decimocuarto parto. Para lograr construir esa visión, se necesitaron 20,000 obreros, más de 15 años de trabajo y una inversión equivalente a lo que hoy es un billón de dólares. Los indios dicen que Shah Jahan le fue fiel hasta después de su muerte, y que pasó sus últimos días en un fuerte en Agra mirando por un ventanal con vista hacia el Taj Mahal. A su muerte, fue enterrado en un mausoleo ubicado justo al lado del de Mumtaz.
Mi amiga y yo íbamos caminando por un sendero del jardín, tan maravilladas por lo que estábamos viendo que no nos pusimos a pensar en tomar fotos. Sin embargo, ninguna de las dos contábamos con un aliado importante: nuestro guía. Él ya está acostumbrado a que los turistas nos quedemos tan atontados con la vista que no reparemos en los mejores ángulos para capturar la visita en cámara. Afortunadamente, él estaba ahí para despabilarnos. Nos tomó el celular y en dos segundos se convirtió en un Irving Penn cualquiera: nos colocó en puntos específicos, nos instruyó cómo posar, nos hacía muecas para que sonriéramos, nos ubicó en lugares que respetaran la simetría del complejo y no nos dejó irnos sin sentarnos en lo que ya se conoce popularmente como el banquillo de la princesa Diana. Nosotras nos encontramos todo tan gracioso que le seguimos la corriente, y no fue hasta cuando nos devolvió el celular que nos dimos cuenta de que gracias a él teníamos fotos con ángulos buenísimos, que jamás hubiéramos sacado de haber andado solas. Al visitar el complejo casi todos los días, a base de prueba y error él ya había dado con los mejores puntos para sacar fotos, y pudimos aprovechar eficientemente esa ventanita de tiempo en la que todavía el complejo no estaba tan lleno.
En otras palabras: ¿Quieren saber cuál es el secreto para tomar buenas fotos en el Taj Mahal? Asegúrense de ir con un buen guía, y llévense de él o de ella.
Fotos: Cortesía de Angélica Grillo