Recuerdos de la Navidad en Cuzco

Nuestra clienta Sandra Garip Hued estuvo de visita en Perú; los souvenirs más preciados de ese viaje vinieron no en su maleta, sino en su cámara.

POR: Sandra Garip Hued

 

Como arquitecta, Cuzco estaba plantada firme en mi lista de deseos: fundada por el pueblo Killke hacia 1100, pasó a manos incas y durante tres siglos fue capital de su imperio, hasta la llegada de los colonizadores españoles. Ahí chocaron dos mundos —se encontraron la piedra y Pizarro, el motivo del puma con los motivos religiosos ibéricos— y la arquitectura ha sobrevivido para contarlo: la capital histórica de Perú hoy contiene tal riqueza de edificaciones y plazas tanto precolombinas como coloniales, que no cabe duda de por qué se ha ganado el apodo de “la Roma de América”.

Llegué con mis tres hijos a Cuzco, para la noche de Navidad, y explorando la ciudad di con una de mis edificaciones favoritas entre todo su patrimonio arquitectónico: la Iglesia de la Compañía de Jesús, un ejemplar del estilo barroco andino situado en la Plaza de Armas. El impresionante altar está revestido en el oro que seguramente vino de las pugnas entre indígenas y españoles —la construcción de esta edificación jesuíta inició en 1576, justamente sobre lo que antes era el palacio de un emperador inca—. Su exterior en piedra andesita y su cúpula de ladrillo pulido son otros testimonios de la mescolanza cultural que tuvo que darse para que esa edificación hoy esté en pie.

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Sin embargo, si tuviera que escoger las más hermosas estructuras de Cuzco, definitivamente no serían las hechas de piedra y ladrillo, sino las de carne y hueso: aparte de arquitecta soy también fotógrafa, así que muchas veces me inclino por la belleza del paisaje humano.

Se acercaba Nochebuena, y la Plaza de Armas justo fuera de la iglesia jesuíta se había llenado de unos residentes temporales: los cientos de artesanos que cada temporada navideña se agrupan en este punto de la ciudad para vender sus nacimientos hechos de madera, barro y tejidos —algunos en el estilo cuzqueño, con personajes de cuellos largos—. En su mayoría mujeres acompañadas de sus hijos pequeños —algunos todavía montados en el aguayo a sus espaldas—, los vendedores vestidos con sus mejores ropas salen de sus comunidades rurales para ofrecer sus piezas tanto al público local como a los turistas que ahí estábamos. Durante esos días, el sonido del quechua y de los pasos del baile huaylas se convierten en la banda sonora del lugar.

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Los nacimientos estaban preciosos, pero preferí llevarme de souvenir esa sensaciones de alegría que transmitían las caras los artesanos y sus hijos, con sus expresivas sonrisas y el brillo de sus cabelleras y sus ojos. Rodeada por ellos y descubriendo esta actividad que me parecía tan ajena como fascinante, pude confirmar que Cuzco, a pesar de tener más de mil años de existencia, sigue escribiendo nuevas líneas de tradición en su libro de vida.

Fotos: Sandra Garip Hued

Un comentario

  • Gracias Viajes Alkasa por lograr coordinar con nosotros nuestro maravilloso viaje de Navidad. No hubo desperdicios.

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