Era el año 2000 y Argentina se disponía a procesar a través del arte la depresión económica que estaba viviendo desde 1998. De ese tumulto social surgió Nueve reinas, una película que celebraba el ingenio argento y la nueva cara que adquiría Buenos Aires frente a sus espacios tradicionales.
Quienes ya la han visto saben por qué se ha convertido en un filme de culto, y sonríen cada vez que escuchan a Rita Pavone cantar Il ballo del mattone; quienes todavía no la han visto, sería cruel arruinar con detalles la entretenida trama, y resumir en unas palabras las actuaciones fenomenales de Ricardo Darín y Leticia Brédice, quienes le roban escena tras escena a Gastón Pauls. Sin embargo, hay una actuación que sí vale la pena analizar: la de la ciudad de Buenos Aires en sí.
Las locaciones de Nueve reinas funcionan casi como una guía turística del Baires contemporáneo. Está el Edificio Kavanagh, una faraónica jirafa Art Deco ubicada en Retiro que surgió como producto de la rabia de una mujer –justo la historia de desamor de Corina Kavanagh abre otra película también ambientada en Buenos Aires, la comedia romántica Medianeras–. Está Puerto Madero, una zona que en sus inicios capturaba la relación meramente comercial que tenía la capital argentina con el Río de la Plata, y que en los 90 sufrió varias cirugías estéticas, para convertirse en el jardín de juegos de la clase artística porteña privilegiada –esa realidad la retrata jocosamente Kevin Johansen en la canción del mismo nombre–; ahí, en el entonces recién inaugurado Hotel Hilton, transcurren algunas de las escenas más importantes de la película.
Pero también están los cruces por el Obelisco, la colmena comercial que se forma justo en la Corrientes con la 9 de julio y los recorridos por la Avenida de Mayo, en su mayoría en calidad de transeúntes. La Buenos Aires que mostró Fabián Bielinsky en su obra culmen es tan fotogénica como real, tran transitable a escala humana como admirable desde sus rascacielos. Y con dos guías como Darín y Pauls, ¿quién se queja?
Foto: Fluxy