POR: Pamela Sued
Yo y mi plan de querer celebrar mi cumpleaños a bordo de un crucero de Disney. ¿Quién me manda? Había escuchado que esos viajes eran increíbles, que la atención del equipo era insuperable y que la calidad de las actividades de entretenimiento era una cosa del otro mundo, pero… eso no fue lo que yo viví. ¿Por qué? Porque esta experiencia sobrepasó todas las expectativas que tenía. En vez de reírme y disfrutar, me la pasé llorando… ¡por lo emocionada que estaba!
Aquí les comparto los cinco momentos que, entre un lloriqueo y otro, todavía me llevo en la memoria.
[1] LA VEZ QUE LLORÉ COMO UNA NIÑA
Mi hijo Alonso tiene cinco años, y esta fue la primera vez que mi esposo y yo hicimos un crucero de Disney con él. Obviamente, yo pensaba que me iba a pasar los cuatro días y las tres noches del recorrido mirándolo a él gozando con los personajes.
Qué ilusa. Para comenzar el trayecto, en el crucero realizan una celebración llamada Sail Away Party, donde van presentando uno a uno los personajes en un escenario. Alonso estaba emocionadísimo viendo al Pato Donald y compañía, pero entiendan algo: desde chiquita, yo decía que yo era la Cenicienta. Era mi princesa favorita, y me volvía loca imitándola. Cuando vi a la Cenicienta salir, comencé a dar gritos. La actriz era idéntica a los muñequitos y el vestido era pim-pum a lo que yo tenía en mi memoria. ¡Fue muy emocionante!
Aparte, a diferentes horas tienen un pianista, un saxofonista y un coro de chicas que cantan los temas más populares del repertorio Disney. ¿Ustedes están claros que cuando sonó Let It Go se me erizó la piel, verdad?
[2] LA VEZ QUE LLORÉ EMOCIONADA POR MI HIJO
Ahora, imagínense esto: Alonso subió a ese crucero con un peluche de Mickey en la mano. Su misión era ver a Mickey en persona, y afortunadamente en el crucero ofrecen una aplicación que permite saber los horarios y lugares en donde estarán los personajes disponibles para compartir con los niños, así que ubicamos al ratoncito.
Él había visto al muñeco hace unos tres años, cuando fuimos a un parque de Disney, pero para ese entonces estaba muy pequeño para entender la situación, y creo que se asustó un poco. Esta vez, sin embargo, ya comprendía lo que estaba sucediendo… pero hasta un punto. Él solo nos miraba con emoción, y no se lo creía. Ahí lloré, emocionada por él.
Pero esa no fue la única vez. Cada vez que se encontraba con los muñecos, se llenaba de felicidad. Yo lloraba tanto que “¡Déjame, Giancarlo!” se convirtió en la frase del viaje. ¡Mi esposo se la pasaba relajándome porque yo no paraba de dar gritos!
[3] LA VEZ QUE LLORÉ DE ILUSIÓN
Las actividades de entretenimiento en el gran teatro de este crucero no tienen nada que envidiarle a los musicales premiados de Broadway. Por ejemplo, La Bella y la Bestia: desde el vestuario a las actuaciones y el uso del vídeo en pantallas como parte de la escenografía, es un montaje impresionante.
Sin embargo, el show que más me marcó fue Believe, un musical que habla sobre cómo los adultos nos dejamos llevar por el día a día y perdemos la ilusión que teníamos de niños. El genio de Aladino va guiando a un padre por todos los universos que ha creado la casa Disney, desde Pocahontas hasta Blanca Nieves, hasta que al final el adulto termina creyendo en la magia… y yo terminé llorando de nuevo. ¡Es espectacular!
[4] LA VEZ QUE LLORÉ DEL SUSTO
El servicio de doblado —lo que en inglés se llama turndown service— de este crucero no es como en los hoteles normales. Es que, después de todo, el servicio en la línea de Disney no es del todo normal: imagínense cenar en restaurantes diferentes y tener el mismo camarero siempre, alguien que ya conoce los gustos de cada miembro de la familia. O imaginen a cuatro mil personas abordando el crucero y que, casi por arte de magia, reciban a cada familia con algarabía y anunciando los apellidos de cada quien.
Bueno, con el servicio de doblado es igual: superan todas las expectativas que uno pueda tener. ¿Chocolates? ¿Almohadas especiales? Eso es para principiantes. Aquí no solo doblan las sábanas… ¡sino que doblan las toallas bien a lo Disney! Cada noche, un experto en esculturas textiles nos dejaba un animalito diferente en la habitación —Alonso se volvía loco por entrar para ver qué nos habían dejado—. La tercera noche, sin embargo, no encontramos el acostumbrado animalito… o eso pensaba yo. Detrás de una cortina, que yo halé sin pensarlo, estaba colgado un “monito” usando las gafas de sol de Giancarlo. ¡Casi se me sale el corazón del susto! Todavía me río cuando recuerdo ese detalle.
[5] LA VEZ QUE CASI LLORÉ
Pero más allá de todas las actividades que hay dentro —el Oceaneers’ Club y los toboganes acuáticos son cosas del otro mundo—, las salidas en cada parada también son memorables. Todavía pienso en el agua cristalina y tranquila de la Laguna Azul en las Bahamas o la vista desde Castaway Cay, con sombrillas coloridas de un lado y el imponente crucero anclado del otro. ¡Qué bellezas de playas!
Sin embargo, la naturaleza me impresionó aun más. Nosotros teníamos una habitación con balcón en el crucero, y una mañana nos despertamos viendo al sol emerger de las aguas. El barco es precioso y la experiencia de Disney es de un nivel altísimo… pero estar juntos los tres en familia, sin palabras, mirando el amanecer de esa forma… ¡eso no tiene comparación con nada!
Fotos: Cortesía de Pamela Sued