Poteleche se da fast-forward en el festival Sónar

El diseñador y DJ conoce “canciones del 2030” y “realidad virtual para botar cadillos” en la fiesta de música y arte tecnológico más grande de España

En 2005 me metí en un liazo para ir a Barcelona, solo por poder estar en el Festival de Música Avanzada y Arte Multimedia —lo que los comunes mortales hoy llamamos “El Sónar”—. Lo menos que me pasó es que conocí a LCD Soundsystem al verlos en su primera gira; los golpes del carrito chocón que manejaba sonaban a la par del set de los Chemical Brothers y agregué a mi lista de imperdibles a Hot Chip y M.I.A.

10 años después volví a esa celebración de tres días, y a una ciudad que mantiene su onda relajada, su amor por el diseño y una escena musical tan inquieta como siempre. Para mi, el Sónar sigue siendo una fiel representación de lo que me hizo enamorarme de Barcelona hace una década: es un lugar donde un montón de locos coinciden para darse fast-forward juntos.

POR: Poteleche

 

[DÍA 1: LOS CUATRO ESCENARIOS]
Desde las 10 y pico de la mañana estábamos los fiebruses en fila, como si fuese el Disney de los locos. Un amigo me comentó haber leído en una revista que el público de Sónar eran como “ravers con PhD”. No se equivocó: era raro ver a tanta gente mayor de 30 años tan emocionada por entrar a un evento de ese tipo, sobre todo porque en RD ya a mis 33 años empiezo a verme como el abuelo de cualquier fiesta de música electrónica. Pero esas canas y calvas emiten una señal clara a los organizadores: “A mayor edad, más difícil se hace sorprenderme”. Por eso obtenemos a cambio un festival con un nivel tan alto.

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Al entrar a la zona del Sonar +D, dedicada a las innovaciones tecnológicas, llego a una mesa de Novation, llena de sintetizadores, y hago un solo desastre en cada una —que por suerte solo podia escuchar yo en mis audífonos—. Me puse por primera vez una máscara de realidad virtual en el Realities D+ para ver el cortometraje Evolution of Verse de Chris Milk y Digital Domain, con el que oficialmente boté los primeros cadillos del viaje. Duramos un ratazo entendiendo los inventos del Royal College of Art de Londres, que tenían desde el Sonic Motion —una estructura de bambú que generaba música mientras te movías entre sus divisiones— hasta las Sonicbells —unas pesas que emiten sonidos para darte información del ejercicio que estás haciendo—. Y claro, tiré uno de los “WAO” más largos de todo el festival con la instalación HiLo de CaboSanRoque unida al software Conductr: desde un iPad haces que un montón de objetos e instrumentos suenen físicamente. No sé cómo explicarlo sin sonar a un súper nerd, así que van a tener que confiar en mí cuando les digo que estaba aperísimo.

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Después de mucho rato jugando como niños grandes, alguien dice “Señore’ pero vamo’ para ’llá fuera que eso arrancó”, y salimos del Sónar D+ hasta el escenario principal del día, el Sónar Village. El primer reflejo es tirarse en la alfombra gigante de grama artificial a escanear la onda de tantos personajes que van apareciendo, cabeceando con música que parece como que vino del 2030 —de hecho, en tres días de música muy pocas veces uno escuchaba un DJ y decía “¡Ay! ¡Oye esa canción!”, porque casi todo era muy nuevo o al menos muy diferente a lo que uno escucha de este lado del mundo—.

Estábamos súper cómodos pero nos entró una ansiedad: había tres escenarios más en funcionamiento, así que arrancamos para el Sónar Dome, un escenario patrocinado por el Red Bull Music Academy que pasó de ser un lounge en el 2005 a una de las tarimas principales hoy. Llegamos y se escuchaban unos beats descompuestos pero contundentes, ayudados por el sistemazo de sonido que había —una constante en todo el festival— y una rumana llamada NV agarra el micrófono y arranca a cantar un pop electrónico que inició nuestra relación con nuestro nuevo escenario favorito del festival. Ahí también conocimos a la danesa Courtesy, al chileno Alejandro Paz y al mexicano LAO, los tres agregados a la lista de “Tengo que darle Google a ese pana”.

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Todavía nos faltaban dos escenarios y el próximo que visitamos fue el Sónar Hall. Nada de luz natural pero igual de gigantesco, rodeado de cortinas rojas y con una de las selecciones de artistas más experimentales del festival. Ahí estaba el venezolano Arca, culpable de parte de la locura del Yeezus de Kanye West y la producción del último disco de Björk. También fue un lujo ver a Jesse Kanda interactuar con sus visuales sobre esa música bailable pero profunda mientras vestía pantalones de cuero y tacones altos —cosa que me hizo sentirme dentro de una película de Almodóvar, mientras le decía a mi novia “Estamos bien lejos de Santo Domingo”—. Y mientras tanto, yo iba pensando en lo loco de que, de los cuatro escenarios disponibles, a estas de 20 mil personas nos hubiese dado con ver esto en específico.

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El escenario que nos faltaba por conocer era el Sónar Complex, donde tocaba Blueprint, un proyecto del artista francés Joanie Lemercier y el músico inglés James Ginzburg, quienes se adueñan del teatro con imágenes proyectadas sobre un monolito central. En este performance el propósito del sonido no es hacerte bailar; se dan incluso espacios de silencio profundo que se rompen con sonidos aleatorios.

También mando un saludo para los ingleses Kindness, una banda que hace que la gente ni mire la tarima, sino que baile entre sí. Su sonido es bien pop y su influencia de los 90 te hacía pensar que en cualquier momento podía salir Janet Jackson. Creo que Kindness hubiese sido el mejor show de ese escenario, de no ser porque el primer día le tocaba cerrar a los también ingleses Hot Chip. El mejor sentimiento del mundo es cuando vas a ver una banda con las expectativas altas, y te las superan. No hubo persona que no se fuese paga ese día.

[NOCHE 1: OFF SÓNAR]
El primer día no hay Sónar de Noche, pero saliendo uno de ahí acabando de ver Hot Chip y son las 11:00 de la noche, ¿quién se va a acostar? Aquí se abre el abanico de posibilidades que es “La Semana OFF”, un nombre que le ha dado la escena local a todas las actividades paralelas al Sónar. La oferta es tan grande que muchos van a Barcelona y en vez de ir al festival gravitan entre todas estas fiestas, con artistas de primera línea e incluso apariciones sorpresa como la de Richie Hawtin en el mercado de La Boquería.

En nuestro caso, nos fuimos a ver una presentación del sello alemán Cocoon Recordings en el Club Under, pero antes de que llegaran los nombres estelares, nosotros mismos nos dijimos: “Señore’, faltan dos días; vamo’ a recogernos”.

[DÍA 2: EL GRIEGO QUE LEE A JUNOT]
En el Sonar Dome comenzamos con el griego Larry Gus, uno de los artistas más punk que he visto en la música electrónica, mezclando percusión en vivo con voces violentas. Lo vimos en el público después, y le comenté que tenía nuevos fans en República Dominicana. Al decirle esto, dejó de hablarle al montón de gente que tenía alrededor y nos dijo: “¡He estado leyendo mucho Junot Díaz! ¡Ustedes tienen una cultura riquísima!”. Eso y el darme cuenta después de que formaba parte del sello DFA, de James Murphy, el líder de LCD Soundsystem, fueron mis dos sorpresas larrygusianas.

Tras el inglés Redinho y el set de Floating Points, no sé cómo nos las arreglamos para guardar energía… pero lo hicimos, porque todavía faltaba el primer Sónar de Noche.

[NOCHE 2: DIE ANTWOORD ES LA RESPUESTA]
Imagínense el evento de música electrónica de mayor asistencia en RD, multiplíquenlo por tres y luego agreguen un escenario más pequeño, pero con unos carritos chocones y una selección de camiones de comida en el medio: ahí estábamos.

Corrimos hasta el Sónar Pub, el escenario más grande al aire libre, donde estaba comenzando Roisin Murphy, la ex vocalista de Moloko quien a pesar de no tener más hits mundiales, sí ha seguido una carrera impecable colaborando con gente como Matthew Herber. La onda es funky, con una banda en vivo que acompañaba a una voz que aboba a cualquiera. A A$AP Rocky lo vimos más de cerca en el escenario Sónar Club —el más grande bajo techo—, donde también estaban los sudafricanos Die Antwoord, dos personajes que no quisiera que se me aparecieran en ningún callejón de noche, pero que con un show muy bien concebido, desde vestuario, visuales y dominio escénico, se metieron al Sónar Club en el bolsillo.

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De ahí vimos de nuevo a Hot Chip —no resistimos la tentación—, a Jamie XX —quien, aparte de comerse al mundo como parte de The XX, ha emprendido vuelo como DJ y productor al punto de tenerlo como uno de los grandes nombres de esta cartelera—. De ahí caímos frente a SOPHIE, Tiga, DJ Tennis y The 2 Bears, una banda que comenzó como un relajito de Joe Goddard mientras no estaba sumergido en Hot Chip. Nos moríamos por ver a Seth Troxler, quien empezaba a las 5:30 a.m. en el Sónar Pub, pero el cansancio nos ganó. Qué bueno que nos fuimos antes de que saliera todo el tumulto y “sólo” duramos como 45 minutos para conseguir un taxi mientras ya el sol salía.

[DÍA 3: ORGULLO LATINO]
Muertos de cansancio, la Fira Montjuic nos vio la cara a las 5:30 de la tarde. Ahí en el Sónar Village conocimos a Gramatik, un proyecto de Eslovenia compuesto por tres magos del sonido que cambiaban todo el tiempo de funciones, yendo desde tocar teclados o sintetizadores a cantar, tocar la guitarra, trompeta con sordina o saxofón, y en consecuencia volver loco al público con su sonido funk, sus beats cortados y una importante presencia del dubstep con la que explotaban muchas de sus canciones. Terminaron de comprarme cuando el guitarrista agarró el micrófono para hacer un cover de Prince que conectó con todo el presente, sobre todo los que ya pasamos los 30.

También conocimos a la chilena Valesuchi, que no nos dejó quedarnos sentados con su tech-house y su moombahton. Nos fuimos antes de que terminara el siguiente set, el de Zebra Katz —firmado desde 2012 a la discográfica Mad Decent, de Diplo—, para ver la última parte del de Swindle, con quien me identifiqué demasiado porque se nota que la intención de este pana es compartir su colección de música, combinando sonidos de jazz con lineas de bajo que sacaban el jugo al sonidazo disponible y sorprendiendo con remezclas de Biggie o algún soul de Motown, lo que lo hacía perfecto para abrirle a los colombianos Bomba Estéreo. Estos parces también superaron nuestras expectativas, que ya estaban altas, dándonos con sus beats electrónicos, sus baterías en vivo, la pegajosa guitarra y la onda de Liliana Saumet uno de los mejores shows del día. No pudimos evitar sentir un orgullito latino.

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[DÍA Y NOCHE 3: KLK TAÍNOS ESPAÑOLES]
Aunque los vi cuando vinieron a Chavón, soportaba ver a Duran Duran, que este año eran esa banda que el Sónar trae de atrás (en el 2005 fue me tocó ver a Chic y en 2006 a Devo), y generaron mucha atención en esta edición.

De ahí llegamos al Sónar Pub para ver a FKA Twigs, quien te hipnotiza con su sonido lento y bailes extraños. Tras la actuación de Pional en Sónar Lab y Erol Alkan en Sónar Club, nos dirigimos a uno de los shows que más estábamos esperando, el de Flying Lotus. Este tipo tiene una mente inquieta —hace un cómic con su ego, Captain Murphy, es locutor para la Radio1 de la BBC y hasta trabaja en el guión del largometraje—, y eso se nota en las pantallas superpuestas y las gafas iluminadas que usa durante el show de hiphop con electrónica con jazz con escabeche por encima.

¿Y los españoles PXXR GVNG? Son como los Whitest Taíno Alive de España: de hecho, no fue casualidad el que hayan empezado su show con la frase “KLK SÓNAR CAR”… se nota que tienen un par de tígueres de Quisqueya en su círculo de amigos. Con todo y cameo de La Mala Rodríguez, fue difícil que nos quedáramos a ver el show completo: ya comenzaba el set de los Chemical Brothers, el más concurrido de la noche, y los viejitos nos devolvieron el favor con un show sin desperdicios, incluso mejor que lo que recuerdo de hace 10 años.

Ya las horas iban avanzadas y nos estaba entrando la crisis de que esto se acaba ya definitivamente, por lo que no paramos de recorrer todos los escenarios tratando de no perdernos nada. Bailando con Annie Mac esperamos el turno de Siriusmodeselektor, quienes junto a las visuales de Pfadfinderei me hicieron borrar fotos viejas del celular para poder grabar un par de videítos de un funk hiphop electrónico que si sigo tratando de explicar voy a dar más risa que otra cosa.

Es así como, entre Jamie Jones en el Sónar Lab y el francés Laurent Garnier, terminamos con el sol afuera y un techno que te pega en el pecho. Al llegar no sabíamos cómo íbamos a aguantar tres días tan intensos y ahora llorábamos porque ya se había acabado.

Fotos: Sónar 2015 (Ariel Martini/Serena De Sanctis/Bianca De Vilar/Fernando Schlaepfer) | Poteleche