POR: Nicole De Sanctis
Para bien o para mal, Portofino es bastante popular entre los viajeros. La atención es merecida, porque el municipio cuenta con una combinación de naturaleza y arquitectura que impresiona… sin embargo, para nuestro viaje de luna de miel, mi esposo y yo preferimos sentar base en un poblado cercano, más tranquilo pero igual de fascinante que su famoso vecino: Santa Margherita Ligure.
Ubicada a apenas 10 minutos de Portofino, separada por la llamada Costa de los Delfines, Santa Margherita comenzó como un pueblo de pescadores y hoy es un punto preferido por las personas del norte de Italia que buscan tener una vivienda de veraneo o para retirarse. Tiene sentido: el clima es fantástico, las vistas son de Instagram y el pesto fresco corre como agua.
Nuestro hotel, el Laurin, tenía vista al golfo del Tigullio, con un popurrí de yates y veleros anclados frente a nosotros. En ese pueblo pintoresco, con una población que no supera los 10 mil habitantes, visitamos restaurantes donde nos explicaron el origen de las excelentes aceitunas del aceite de oliva que consumimos. También vimos castillos, abadías y villas con piedras que han visto pasar guerras, asaltos piratas y la llegada de forasteros que le han aportado a la región el sabor que tiene hoy.
Terminamos alojándonos dos noches, dividiendo el tiempo entre un pasadía en Portofino y un recorrido por Santa Margherita. Hoy, pensándolo bien, hubiera preferido agregar una noche más: no porque nos quedamos sin recorrer uno que otro punto de importancia, sino porque es fantástico poderse quedarse un poco más en remojo en ese ambiente de belleza natural y arquitectónica, tanta amabilidad con el extranjero y tanta excelencia culinaria.
Fotos: Cortesía de Nicole de Sanctis y Luis Aybar