En la primera escena de White God, uno de los filmes del director húngaro Kornél Mundruczó, una niña en bicicleta, con cara de preocupación, circula por una Budapest totalmente vacía. Su recorrido le lleva a cruzar el Puente de Elizabeth, una de las estructuras que une a Buda y Pest, separadas por el río Danubio.
Esa toma, al igual que las escenas giradas en las algunas calles vacías de la ciudad, con sus edificios románticos como personajes secundarios, requirieron de la colaboración de los ciudadanos, que la dieron con gusto: todos entendían el valor de mostrar la cara más hermosa de Budapest en una película de alta calidad.
Porque claro, White God es mucho más que un retrato de la capital húngara: es una película hermosa, disfrutable y con voz firme, aparte premiada en Cannes. La historia de una niña y su perro —Lili y Hagen, respectivamente— se convierte en algo más que eso: es un melodrama que da un giro de comedia negra, de filme de suspenso, de metáfora sobre cómo el mundo desarrollado trata a los que considera inferiores.
Por eso, más allá de las preciosas tomas de las edificaciones de Budapest, de sus ya famosos bares de ruina —el lugar donde los visitantes a la ciudad frecuentemente pasan sus noches—, del túnel debajo del Cerro del Castillo, con las Rapsodias Húngaras de Liszt como elemento estelar en la banda sonora, todo esto sirve para que un perro muy especial, acompañado de 250 amigos, se la luzcan frente a la cámara. Ese dato de los 250 perros es el único spoiler que vamos a darles. Fuera de eso, disfruten de la ciudad, y de una película impresionante, alquilando o comprando White God (Buscando a Hagen).
Foto: Close-Up Film