Un día de diseño y gastronomía en Budapest

Dos de nuestros clientes, los directores creativos Luis Eduardo Sánchez y Ernesto Geara, nos sugieren un día de diseño, arquitectura y buena comida en la capital húngara

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Muchos viajeros dominicanos hacen una parada en Budapest para encontrarse con un lugar de postal, casi extraterrestre en su belleza. Hacen bien: la capital húngara es una mezcla de lo magyar, lo turco y, en su versión actual, lo global. ¿A qué nos referimos? A que fácilmente dentro de un edificio Art Nouveau perfectamente conservado van a encontrar un restaurante que vende sushi.

Por eso, hemos reunido nuestras recomendaciones para pasar productivamente un día de diseño, arquitectura y gastronomía en Budapest.

POR: Luis Eduardo Sánchez y Ernesto Geara

[9:00 A.M. – UN DESAYUNO BIEN BEHANCE]

¿Saben cómo dimos con nuestro lugar favorito para desayunar en la ciudad? Como buenos directores creativos, en Behance: ahí habíamos dado con el portafolio del diseñador gráfico que hizo la identidad de Börze.

Coincidencialmente, el restaurante nos quedaba cerca del hotel que nos reservaron en Viajes Alkasa —el President, de cuatro estrellas y con muy buena relación calidad-precio—. El local tiene una decoración de café tradicional, con sillas número 18 de Thonet, paneles de madera teñida bajo los escaparates y mesas redondas con topes de piedra clara. ¿Y el menú? Nosotros probamos desde un chocolate caliente con un espesor perfecto hasta un poco de salmón, pero también tienen batidas, huevos en todas sus variedades, emparedados y hasta açaí.

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[10:00 A.M. – NOS VINO BIEN ESE VINO]

Nosotros estuvimos por Budapest a finales de diciembre, y por eso pudimos agarrar los mercaditos navideños de la ciudad. Caminando por Lipótvarós, el vecindario donde queda Börze, dimos con varios puestos de artesanías y de comestibles como el goulash y el mazapán. Nuestra degustación favorita, sin embargo, nos vino bien con el clima: esos vasitos de vino caliente nos prepararon para andar a pie en el invierno húngaro.

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[11:00 A.M. – VOY CRUZANDO EL RÍOOOOOOOO]

Una de las maneras más fotogénicas e interesantes de cruzar de Pest a Buda sobre el Danubio es a través del Lánchíd o Puente de las Cadenas, una de las construcciones emblemáticas de la ciudad. Los húngaros están orgullosísimos de esta maravilla, y no solo por cuestiones estéticas. Este puente de suspensión se inauguró en 1849, y en su momento la tecnología utilizada fue lo último del mundo mundial. Ahora, la versión por la que caminamos nosotros no es la original, ya que la estructura fue bombardeada por los alemanes en 1945 y solo dejaron las dos torres. A partir de ahí el puente fue reconstruido y reforzado, y esta iteración ha estado disponible al público desde 1949.

[11:30 A.M. – BUDA EN PATINETA]

Hablando de historia, hay que tomar su tourcito. Nosotros nunca nos habíamos montado en las patinetas Segway, así que decidimos aventurarnos aquí, con un tour de Buda sobre dos ruedas en versión vertical.

A través de Viajes Alkasa reservamos un tour privado con un guía de habla inglesa que adaptó la información a nuestras curiosidades —sobre todo, mucha arquitectura con su contexto histórico—. Nuestra visita favorita fue la Iglesia de Matías, una edificación gótica con un espectacular techo decorado con un patrón azulejos vidriados en colores desde el ocre hasta el turquesa. ¡Absolutamente espectacular! Ahora, ¿saben qué nos impresionó? Ver que hasta los edificios más banales también tenían técnicas de mosaico en los techos. Por eso, la ciudad vista desde allá arriba parece el escenario un cuento de hadas.

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[12:30 P.M. – REMOLACHA Y MAGMA]

Tras la gira privada nos entró el hambre, y ahí cerca llegamos a Ramaruzi Bistronomy, un restaurante de autor con un menú de comida internacional con toques locales. ¿A qué nos referimos con eso? A que la ensalada lleva pato, y la remolacha lleva queso de cabra. Aparte, tienen una muy buena carta de cócteles.

Como ñapa, justo al frente de Ramazuri está la tienda Magma+ Hungarian Art&Design que, como habrán adivinado por el nombre, vende objetos de diseño local. Ahí compramos unas postales bien diagramadas, con el logo minimalista de I LOVE BUDAPEST con sus juegos de corazones.

[3:00 P.M. – EL REAL BAÑO]

Saquen espacio en su agenda para volver a Pest y visitar los Baños Termales de Széchenyi, un complejo de piscinas y saunas con aguas llenas de sulfatos, calcio y magnesio. Para quienes le tengan miedo al frío: como son aguas geotérmicas, se puede visitar el lugar en cualquier momento del año. De hecho, ¡ahí hasta hacen fiestas nocturnas con música y luces en pleno invierno!

Muchas personas van por hacer turismo medicinal o para ver a los húngaros socializando de lo lindo como si estuvieran en un parque regular, pero nosotros sugerimos ir también por los elementos arquitectónicos: mucho neo-barroco y neo-renacentista por doquier —el complejo fue construido hace poco más del 100 años—.

[6:00 P.M. – APERITIVO DEL ARIA]

El Aria Hotel, de cinco estrellas, tiene un bar en la azotea llamado el High Note —como se habrán imaginado, toda la decoración está relacionada con la ópera—. Desde ahí van a disfrutar de una de las vistas más impresionantes de la ciudad, pero también unos cócteles para todos los sentidos. Literalmente: pedimos uno a base de whisky que vino en un precioso vaso verde alto, con unos alambres en forma de árbol y hojas de eucalipto que inundaban la nariz con cada trago. Así que era una experiencia visual, olfativa, táctil y gustativa, y con la música se llenaban los cinco sentidos.

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[8:00 P.M. – COMO EN ITALIA]

Para cenar visitamos Akademia Italia, un restaurante italiano con un sistema de menú estilo 100 Montaditos. La comida buenísima y la decoración fantástica; de hecho, nuestro elemento visual favorito fue la enorme lámpara hecha de batidores manuales, con una luz LED debajo. Un sitio relajado pero fotogénico para hacer la zapata nocturna.

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[10:00 P.M. – CARBICIDIO]

Dejen a My Fitness Pal tranquilo por unas horas: en la Gozsdu-udvar, un epicentro de bares y restaurantes, se va a probar cócteles y a comer chucherías. Originalmente, los siete edificios que componen el perímetro eran parte del gueto judío de la ciudad, y tras una reconstrucción intensa, desde 2008 existe como un espacio abierto para la vida nocturna.

Ahí nos entregamos al lángos, un tipo de yaniqueque húngaro con crema agria, queso y ajo. También rodamos con el kürtőskalács, un bizcocho lleno de azúcar y mantequilla, pasado al carbón. Y para bajar todo eso, unos spritz. Qué destrucción.

Fotos: Luis Eduardo Sánchez y Ernesto Geara