En Barcelona, los orígenes de Picasso y Gaudí

Un museo guarda obras de Pablo Picasso hechas antes de su entrada al cubismo; una casa en Gràcia muestra el trabajo orientalista de un joven Antoni Gaudí.

POR: Jean Santelises

Con el arte y la arquitectura, ver la evolución de las personas detrás de las obras es casi tan emocionante como ver las obras por separado. Estuve recientemente en Barcelona y pude comprobarlo con dos nombres que van muy asociados al estilo cubista y al modernista, respectivamente: Pablo Picasso y Antoni Gaudí.

Con Picasso, uno inmediatamente se imagina que salió del vientre pintando caras y cuerpos con geometrías planas y rotas. Sin embargo, al visitar el Museu Picasso de Barcelona uno entiende cómo el pintor malagueño absorbió y comprendió obedientemente las reglas para entonces, años después, romperlas estrepitosamente.

Picasso vivió unos años clave en Barcelona, como aprendiz, y fue el mismo artista quien quiso donar sus obras iniciales a la ciudad, para crear la institución. El acervo permanente del museo incluye un cuadro llamado Arquelín, de 1917, las 22 piezas de la colección Plandiura que datan desde antes de 1932, así como litografías, afiches y dibujos — entre ellos, 30 bosquejos hechos para La metamorfosis de Ovidio, donados por Salvador Dalí—.

Los trabajos iniciales de Picasso eran clasicistas. Hijo al fin de un profesor de arte, estuvo muy influenciado por las obras de Velazquez y Ribera que veía en sus visitas al Museo del Prado. Es difícil imaginárselo, pero sus temáticas iniciales eran religiosas y alegóricas. Sin embargo, hay una obra de transición clave en este museo: en 1897, un Pablito adolescente realizó una pintura al óleo llamada Autorretrato con peluca, donde se disfrazaba graciosamente como un hombre de la corte, con unas pinceladas furiosas que definitivamente evidenciaban lo que venía después. Fueron esos experimentos con sus autorretratos, usando disfraces y pelucas y maquillaje, que le permitieron llegar a su liberación artística. Ver ese transcurso me hizo confirmar que muchos genios nacen, pero aun ellos pasan por un proceso donde se hacen.

Lo mismo sucedió con Gaudí. El arquitecto rondaba la treintena cuando un corredor de bolsa llamado Manuel Vicens y Montaner le comisionó una casa de verano en el vecindario de Gràcia, que en ese entonces quedaba en las afueras de la ciudad condal. Fue la primera vez que el presupuesto y la libertad artística se juntaron en su carrera, y pudo darle rienda suelta a sus instintos.

La Casa Vicens, que fue nombrada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 2005, finalmente abrió este año para visita. En su momento no había nada igual en Cataluña, pero tampoco es la Pedrera ni la Sagrada Familia: en 1885, el año de de construcción, Gaudí todavía no era el modernista empedernido que conocemos. Más que eso, era un orientalista con toques de modernismo: hay referencias el estilo mudéjar, pero también al indio y al japonés. Lo que más impresiona, sin embargo, es cuánto tuvo presente la literalidad de la naturaleza en los detalles: por ejemplo, los azulejos de cerámica del exterior llevan motivos de palma; para el interior, integró pintura, cerámicas, ebanistería, decoración mural y herrería con referencias a la flora.

Ya a la Sagrada Familia le han quitado los andamios, y es posible contemplar con mejor perspectiva la visión de su creador. Impresiona ver cómo aun en una basílica siguió enfocándose en la belleza de la naturaleza: solo hay que ver los colores de sus vitrales. Las fachadas tienen fines didácticos, como es común en las edificaciones religiosas— una de ellas va dedicada al Nacimiento; otra a la Pasión y otra a la Gloria —, pero incluyó referencias naturales con elementos como los cipreses y el trigo. Sin embargo, la primera impresión es de quedarse anonadado por la magia del sol poniente pasando por unas secciones abstractas de verdes, rojos, amarillos, púrpuras y azules de vidrio veneciano, que al iluminarse llega hasta las piedras. “El color es expresión de vida”, dijo el arquitecto. Para mí, con estas experiencias en Barcelona he llegado a pensar que el color es también una expresión de crecimiento profesional: da gusto conectar la trayectoria entre los trabajos iniciales y las obras maestras de dos genios, y ver las grandes ideas cuando todavía están pequeñas.

Fotos: Fuente externa