Conversar con NY desde el High Line

POR: Ramón Emilio Jiménez

¿Les ha pasado que alguien cercano les dice que está embarazada, y luego cargan al bebé de pequeño, lo siguen en su bautizo, en su primer cumpleaños, en el colegio, y luego sienten un afecto increíble por esa personita cuando ya es adulto? Algo similar me sucede con el High Line de Nueva York: conocí el proyecto como propuesta de licitación mientras estudiaba arquitectura en el Wentworth Institute of Technology, gracias a que una de mis profesoras formaba parte de la firma que eventualmente ganó el concurso.

En ese momento me pareció una idea genial: era un proyecto de renovación urbana impresionante, con un enfoque fresco a la solución de un problema. Es interesantísimo, tanto desde el punto de vista urbano como desde lo social, que esta pasarela conectora haya surgido de los restos de una línea de ferrocarril cerrada, un monstruo de concreto y acero que atravesaba y separaba la ciudad.

La primera vez que visité el proyecto ya en funcionamiento fue en un viaje a Nueva York en otoño de 2010, y desde entonces literalmente he visto crecer la vegetación con cada visita. En la más reciente, hace unas semanas, seguí maravillado al ver cómo utilizaron formas innovadoras de aprovechar espacios anteriormente abandonados. Ellos llevaron a otro nivel el concepto del muro verde, aprovechando toda una edificación ya existente.

Fuera de su importancia urbana está lo que comunica el espacio a quien lo vive y lo visita: la calidad del espacio público es elevada, tanto por la experiencia de observar el High Line en sí a escala humana, como la de observar la ciudad. Con sus múltiples vistas y pabellones, es un posible paseo de 2.3 kilómetros que sirve no solo relajarse y conversar con una persona cercana, sino también para conversar con la ciudad. Me he sentado varias veces a ver la ciudad a través de esos marcos, y ahí aprecio todavía más la importancia y el significado urbano de esta tan acertada intervención.

Fotos: Cortesía de Ramón Emilio Jiménez