Una mansión Vanderbilt en Newport

Nuestro cliente Maeno Gómez Casanova ofrece una recomendación para los amantes de la arquitectura y el diseño de interiores: visitar la mansión The Breakers en Newport

POR: Maeno Gómez Casanova

Para quienes creían que el swing de Anderson Cooper viene de la nada, tomen tres asientos: recuerden que el «silver fox» de las noticias es en realidad descendiente de la mítica familia Vanderbilt, casi realeza estadounidense –Cornelius, el patriarca de la familia, se puso a jugar al chu-chu-tren y gracias a eso es considerado el segundo hombre más rico de la historia de Estados Unidos, ubicado detrás de un señor que casi no sigue sonando todavía hoy, un tal Rockefeller–.

La vida de esta gente era tan triste que no solo tenían como 10 mansiones en la Quinta Avenida neoyorquina, sino que Cornelius II se mandó a hacer una casita modesta para pasar sus vacaciones en Newport, un punto de veraneo en Rhode Island.  Esa humilde vivienda, llamada The Breakers, es hoy un museo: construida en 1893, estuvo inspirada en los palacios renacentistas genoveses, y eso la ha convertido en un patrimonio arquitectónico para Estados Unidos.

En un viaje reciente a la costa este, haciendo el camino en carro entre Nueva York y Cape Cod, decidí pararme en el camino en Newport y conocer sus mansiones –a mí, que me interesa todo lo que tenga que ver con belleza, aunque sea exagerada, no hubo que convencerme demasiado para hacer la parada–.

Al entrar, no podía salir de mi asombro: no podía creer que alguien tuviera un deseo tan grande de pertenecer que construyeran las casas apenas para decir que estaban ahí, para decir que las tenían –el primer Cornelius creó una fortuna donde antes no había ni un chele–. ¡Querían casi vivir en una monarquía que no existía! Ahí se armó un arroz con mango arquitectónico, con columnas dóricas y jónicas al 2×1, lo grecorromano en sus buenas y unos frescos copiados, para impresionar al mundo.

alkasa_196_the_breakers_1

Por eso, lo que más me gustó de la visita no fue tanto la decoración, sino el poder estudiar el grado de cuidado que los custodios tienen para mantener vivo un estilo de vida de locura, con el fin de que los visitantes podamos observar cómo vivían los Vanderbilt unos 100 años atrás: todos los muebles y la porcelana se encontraban intactos, como si la familia estuviera viviendo todavía en la mansión. Una cosa es leer sobre esa era, y otra es entenderla en carne propia.

Por eso, al volver a Santo Domingo me quedé pensando: ¿Por qué estamos tan obsesionados con derrumbar el pasado y olvidarlo, y no solo en materia arquitectónica, si hay tanto valor y tantas lecciones que aprender en él?

Fotos: Cortesía de Maeno Gómez Casanova